Stendhal estimó esta obra como “la perfección en el estilo de ópera cómica… No ha aburrido nunca”. Y Richard Strauss, que no la conocía, “pareció loco de entusiasmo tras escucharla aquí en Turín”, consignó en 1925 el gran director Vittorio Gui. Dos siglos largos después de su estreno (1813), sigue deleitando. Así lo hace también esta nueva producción del Municipal de Santiago, que debía medirse con el muy alto nivel de las dos anteriores (1984 y 2009). Lo consigue. En primer lugar, destaca la dirección de José Miguel Pérez-Sierra. Bajo su batuta, el sonido de la Filarmónica fluye con armoniosa y dosificada energía, entregando toda la gracia y el fino humor de esta pieza, y velando por una transparencia que permite admirar al sutil instrumentista que fue Rossini, un rasgo no siempre recordado.
En plena coherencia y ajuste con el foso, la régie de Rodrigo Navarrete se prueba ingeniosa, ocurrente, ágil, pletórica de detalles que dan a la acción constante animación y excluyen todo punto muerto. Así, entre numerosos otros elementos, los juegos con palos de golf que el Bey y sus guardias intentan dominar, o la gran araña que podría ser una especie de mascota de Isabella (¿sugiriendo su falta de temor?), o el rol de fotógrafo que asume Taddeo, son bien usados para dar continuidad al juego teatral. Asimismo, adecuados cortes en los recitativos contribuyen a la vitalidad de conjunto. El septeto de solistas, coro y figurantes han sido atendidos para que se muevan en escena con agilidad y lógica teatral. Brinda un marco preciso la bella escenografía de Ramón López, de estética árabe, y estructurada con paneles escénicos de diseños finamente tallados, como un treillage, produciendo espacios por los que atraviesa la luz, adquiriendo así la iluminación (también de López) un rol dinámico para definir ambientes y sentimientos. Es uno de sus mejores trabajos operísticos, y con justeza ha dicho él que su “inspiración fue la misma música, la filigrana y el encaje rossiniano”. El vestuario de Monse Catalá se atiene a la transposición humorística a la década de 1970 querida por el régisseur, acertadamente sin abandonar del todo el orientalismo inseparable de esta trama y, por cierto, requerido por la escenografía.
Tres de los roles protagónicos, Isabella, Mustafá y Taddeo fueron interpretados por los mismos solistas en 2009. Evelyn Ramírez respondió con solidez a los importantes graves que demanda el rol protagónico y a las muchas exigencias de dominio de la coloratura. Si bien se anunció que el tenor español Juan de Dios Mateos estaba indispuesto, transitando por la altísima tesitura de Lindoro hizo oír un agradable timbre; muy joven aún, su línea de canto debería seguir progresando en expresión, incorporando mayores matices. Ricardo Seguel (Mustafá) también anunció problemas de salud. Más allá de angustiadas negociaciones para atravesar su aria “Già d'insolito ardore”, logró terminar la obra sin naufragio. Sergio Gallardo fue un buen Taddeo en lo vocal. Escénicamente, ambos enfrentaron sus roles con humor y agilidad, manejando con soltura los diversos elementos que incorpora la régie, aunque ciertos tintes sobrecargados excedieron lo bufo, apartándose un tanto de la elegancia rossiniana. Marcela González fue una Elvira desenvuelta y segura; con agudos poderosos, mas no estridentes, logró superar sin dificultad el volumen orquestal y los pasajes concertados. Cecilia Barrientos y Eleomar Cuello fueron correctos Zulma y Haly respectivamente, integrándose bien a los conjuntos.