La historia de los montajes de “La pérgola de las flores”, de la destacada dramaturga chilena Isidora Aguirre, es larga y sinuosa. Se montó por primera vez en 1960, con la dirección de Eugenio Guzmán, música de Francisco Flores del Campo, y un elenco destacado, donde figuraban Carmen Barros, Ana González, Silvia Piñeiro, Elena Moreno. Entre los personajes secundarios, estaba un joven Tito Noguera, quien ahora regresa como director del montaje enmarcado en la celebración del centenario de la autora.
Desde su estreno ha sido representada por elencos profesionales y aficionados, dentro y fuera de Chile. Como el de Andrés Pérez (1996), el de Carmen Barros, y el de Silvia Santelices, en Rancagua, entre otros. Según algunas estadísticas, ha tenido 177 puestas profesionales en Chile. Luego, en el extranjero, destacan las de Buenos Aires, La Habana, Madrid y Roma. Muchos chilenos pueden tararear sus canciones sin problemas; el “¿Quiere flores, señorita?” está en boca tanto de escolares como de personas mayores. Y seguro que “Tonadas de medianoche”, “La gran dama”, “Yo siempre digo que sí”, “Yo soy el urbanista Valenzuela” forman parte de la memoria musical colectiva. También los personajes de Carmela, como la inocente huasita, y Tomasito, como el enamorado puro, se han convertido en arquetipos locales.
Lo que poca gente sabe es que Isidora Aguirre escribió esta obra a contrapelo, como ella mismo dijo: “‘La Pérgola' me costó lágrimas. Tenía que pasar días enteros en la biblioteca buscando datos históricos, aunque esperaba a mi hija menor y me habría gustado tejer paletocitos. Pero el teatro me escogió a mí”. Además, el género musical no le era especialmente atractivo, pero necesitaba el dinero y adoraba trabajar con Eugenio Guzmán. La obra cumplió con el dicho de que los bebés vienen con la “marraqueta bajo el brazo”, pues su montaje es, hasta hoy, un éxito de crítica y taquilla. Tanto, que opacó el resto de su producción compuesta por cuarentas obras, con fuerte énfasis político.
Tito Noguera, junto a María de los Ángeles Calvo, organizan el talento de numerosos artistas en una puesta en escena vivaz, local, pero con recursos contemporáneos, en la que música, coreografía, canto, interpretación y mensaje político corren en sincronía. Se lucen los músicos en escena, liderados por Cuti Aste, trayendo la escuela de “La negra Ester”, transmitiendo virtuosismo y energía los ritmos de charleston, vals, y tonada. Por otra parte, se realzan las coreografías, que bajo la dirección de Francisca Sazié logra un movimiento orgánico y vital. Todo esto dentro de una escenografía moderna, móvil, que incorpora proyecciones que muestran el Santiago de esos años, con una Iglesia de San Francisco que tenía de telón de fondo la cordillera y no edificios.
Esta versión, con actores jóvenes, logra transmitir cohesión y perfiles entrañables. Daniela Benítez tiene un tono vocal preciso y su figura espigada obliga a reconfigurar una Carmela más moderna pero que conserva el mismo encanto. Las pergoleras, Gabriela Aguilera, Marcela Millie y Carla Casali, son simplemente geniales. Se lucen con sus gestos, su picardía popular y auténtica lucidez. Del otro bando, las mujeres de clase alta, como Laura Larraín (María Paz Grandjean), sacan carcajadas en una risa crítica a sus modos e ideas.
La escena en la peluquería de Pierre es hilarante. El mismo estilista (Camilo Carmona), es genial en sus modismos franceses y siutiquería. Allí se crea un espacio para dar rienda suelta a los complejos y prejuicios de la clase acomodada, las flappers de los años treinta, que dicen “picho caluga”, “colo mundial” y más. Y es ahí, también, donde observamos el arribismo de la sociedad, cuando se intenta cambiar la esencia de Carmela en la escena del corte de las trenzas, que luego sigue hasta convertirla en un ridículo maniquí.
Al mismo tiempo, esta puesta en escena respeta muy bien la trama y sus entrelíneas de denuncia política con guiños contemporáneos. Recordemos que la pieza nos lleva al Santiago de 1929 en un momento en que se pretenden realizar arreglos para modernizar la ciudad, como eliminar la pérgola de San Francisco. Este tipo de desafíos del progreso inmobiliario y vial versus la conservación de patrimonio sigue siendo una tensión en nuestros tiempos. Y aquí es donde aparece cierta lucha de intereses de clases sociales y grupos poderosos, también de absoluta vigencia hoy. En esta historia se enfrentan las pergoleras/floristas —encabezadas por doña Rosaura, Charito y doña Ramona—, que con una visión de vanguardia, se organizan aliándose con estudiantes, obreros y artistas para que las ayuden a defender su causa. En el otro bando están los poderosos «pitucos», la élite, encabezados por Laura Larraín, sus amigas y el Alcalde, que buscarán a toda costa ingresar la ley. Mientras esta batahola ocurre, Carmela —la ahijada de doña Rosaura— llega a la capital y conoce a Tomasito y a Carlucho, quienes la comenzarán a cortejar.
Acá hay otro punto pivotal en la producción dramática de Isidora Aguirre, y que este montaje supo comprender y destacar, y es el liderazgo de las mujeres en los conflictos sociales. La autora apostó por este móvil en muchas de sus piezas, basada en la premisa que las mujeres como “guardianas de la especie” (de Amanda Labarca) podían organizar al colectivo e impulsar los cambios. En esta nueva representación, tal énfasis se realza y dialoga con la nueva ola feminista. En “La Pérgola”, floristas y aristócratas luchan (pese a que no tienen capacidad resolutiva en el espacio público) pero, por medio de otros recursos, imponen su voz y demanda. Sin duda, este montaje homenajea con profesionalismo y alegría a su autora en su centenario, que encumbra su legado con este montaje, publicaciones y una exposición en el mismo GAM, sin dejarnos olvidar que, de modo inexplicable, no se le concediera el Premio de las Artes de la Representación. Esta Pérgola de las Flores es una fiesta para todas las edades, un espectáculo coral que renace para divertirnos, emocionarnos y contarnos mucho de nuestra identidad y de los desafíos como sociedad.