A todos nos agradaría trabajar menos y contar con más tiempo libre para disfrutar con nuestras familias, dedicarnos a lo que nos gusta y descansar. Es cierto que Chile tiene una de las jornadas laborales más extensas del mundo. Lo que no es tan obvio es que podamos disminuir el tiempo que dedicamos a trabajar y que eso no tenga ningún efecto en el empleo, en la productividad por trabajador, en los salarios, y en el crecimiento. Eso no quiere decir que no podamos tener esa discusión.
Este es un debate que surge cada cierto tiempo. Lamentablemente, un sector del país siempre plantea que no es momento de avanzar en estas materias por el estado de la economía. Algunas veces porque marcha bien, en otras ocasiones debido a que tiene problemas. Otro grupo impulsa medidas de esta clase prestando poca atención al contexto y a las consecuencias.
Como punto de partida de esta conversación, es bueno analizar la experiencia de otros países que hoy consideramos exitosos. Chile tiene una jornada laboral larga en comparación con los países de la OCDE, pero esta diferencia cae sustancialmente al examinar las jornadas de estos mismos países cuando tenían nuestro actual nivel de ingresos. Este dato es relevante, porque indica cuál es nuestra restricción presupuestaria. Al elegir un bien —y el ocio cuando tenemos trabajo es un bien— restringimos la posibilidad de acceder a otros bienes.
Si hacemos esta comparación, nuestra jornada en el 2018 es solo un 3-4% más larga. Con esto en mente, una reducción de la jornada de 45 a 40 o 35 horas, es decir, una rebaja de jornada de un 11% o un 22%, como se ha planteado, parece en todo sentido excesiva para nuestro nivel de ingresos, para nuestra productividad. Si optamos por esta disminución, tendremos un salario más bajo para comprar otros bienes.
Es difícil pensar que el solo hecho de reducir la jornada mejorará nuestra productividad. La productividad permite reducir la jornada y no al revés. Si esto último fuese correcto, los empresarios que buscan maximizar sus utilidades, reducirían por voluntad propia las jornadas de sus trabajadores. De esta forma, les podrían pagar menos y estos serían más productivos.
Lo que se echa de menos en este debate es una mirada más global de los desafíos del mundo del trabajo. Me parece pertinente hacerse algunas preguntas. ¿La extensión de la jornada laboral es el problema más importante que tienen los trabajadores? o ¿Qué problemas resuelve?
Cada vez con más frecuencia vemos que trabajadores pierden su empleo por el avance de la automatización, especialmente aquellos que realizan labores rutinarias. Que a la generación que hoy tiene 50 años y más, les resulta difícil encontrar empleo. Que los jubilados reciben bajas pensiones. Y que para mejorarlas se les recomienda extender su vida laboral. Que estudiantes y mujeres buscan trabajos más flexibles y que ha aumentado la población migrante.
¿Se está pensando en qué se puede hacer para mejorar las condiciones de estos trabajadores, su empleabilidad? Pensar, por ejemplo, que vamos a frenar el avance de la automatización es, a lo menos, ingenuo. Lo que deberíamos estar haciendo es poner el foco en la capacitación de nuestros trabajadores. Ese es uno de los factores que afecta nuestra productividad. En este sentido, es interesante la propuesta que plantea que si se rebaja la jornada, este tiempo se debería emplear en capacitación.
Pero no basta con mirar solamente a quienes hoy tienen empleo. Tenemos que revisar nuestro sistema educacional también. ¿Cómo estamos educando? ¿Estamos pensando en los desafíos actuales o futuros, o seguimos enseñando como en el siglo pasado?
Tenemos que discutir en serio sobre la duración de la jornada, con números en mano, considerando nuestro actual nivel de productividad y en cómo esta medida significa un real beneficio para los trabajadores. Pero es fundamental que no perdamos de vista los principales problemas del mundo del trabajo.
Alejandro Micco A.
Profesor Facultad de Economía U. de Chile