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Cartas
Sábado 27 de julio de 2019
¿Smartphone o agua potable?
Señor Director:
“No seamos histéricos”. “No seamos alaracos”. “No legislemos en caliente”. Una legión de directivos y empresarios del área de las concesiones ha salido en defensa de Essal, la empresa que dejó sin agua a Osorno. Pero sus mensajes no seducen a una opinión pública enfadada, porque, además, los intereses corporativos se ven a la legua.
Es difícil que Essal recupere la confianza de los osorninos. Los chilenos de 2019 no son los de 1995. Un plan multidimensional para restañar su reputación le puede costar miles de millones de pesos. Y no hay garantía de éxito, así que quizá a Essal hasta le merezca la pena que le caduquen esta concesión.
La razón de este enfado la explicó el historiador Robert Gordon en 2012. Imaginemos que nos ofrecen estas opciones: A) Puedes quedarte con toda la tecnología que había en el año 2002: Windows 98, el computador personal, Amazon, el teléfono GSM e internet, pero no puedes usar nada inventado después. B) Puedes disfrutar de toda la tecnología inventada hasta hoy, el IPad, Twitter, Whatsapp, el iPhone, el 5G, etcétera. Pero si eliges esta opción, tienes que abandonar una tecnología del pasado: el agua corriente a domicilio. A partir de ese momento hay que traer el agua en baldes, los saneamientos hay que hacerlos a mano y si tienes que ir al WC, hay que ir a una “casita” maloliente en el exterior.
Gordon, que ha hecho esta pregunta miles de veces, afirma que todo el mundo ve como obvio que la primera opción es la mejor. El agua potable domiciliaria, una innovación de finales del siglo XIX, nos resulta muchísimo más valiosa que los smartphones y whatsapp sin los cuales nos parece que hoy no podemos vivir.
Gordon usa este caso para indicar que las innovaciones realmente importantes en la historia de la humanidad tuvieron lugar en la segunda revolución industrial (entre 1870 y 1900) y que las actuales son menos decisivas.
Este sencillo ejercicio demuestra que el agua —como la luz, el alcantarillado, el transporte público y la seguridad—, pero sobre todo el agua, es un elemento crítico de la civilización. Y más allá de que se caduque o no una licencia negligentemente administrada, los chilenos se merecen un debate sobre el régimen concesional que sustenta y garantiza estos servicios. Necesitamos saber si las empresas están bien gestionadas, si pagamos las redundancias necesarias y a qué nos exponemos si pagamos menos por un servicio. Pero tiene que ser una discusión informada y con argumentos que vayan más allá de las patologías psiquiátricas que describen ciertos ejecutivos.
John Müller