Con “Così fan tutte”, en la producción concebida originalmente por Pierre Constant para el Atelier Lyrique de Tourcoing en 1995, y luego montada en diversas casas de ópera francesas, el Municipal de Santiago cierra el ciclo de la trilogía Mozart-Da Ponte que se inició en 2017 con “Bodas de Fígaro” y continuó con “Don Giovanni” el año siguiente. Ella ambienta las tres óperas en una misma escenografía (Roberto Platé), deslucida y aprisionante, pero que en “Così” se ve aliviada por una apertura del fondo que parcialmente consigue conectar con un mundo exterior y sugerir el entorno: el paso del día o el paisaje costero, con predominio del azul, sin alusiones más explícitas a la bahía de Nápoles. También gracias a ella, la iluminación (Jacques Rouveyrollis y Christophe Naillet) adquiere mayor dinamismo y relevancia. El conjunto escénico se apoya en un vestuario (Jacques Schmidt y Emmanuel Peduzzi) funcional y hábilmente concebido para no entrabar la agilidad de los cambios de identidad de los protagonistas.
Hay elementos novedosos: los baños turcos al inicio del primer acto, que muestran el relajo de quienes aún confían en la fidelidad de sus amantes, o las tempestades con relámpagos y arenosos vientos del desierto, coherentes con el vestuario de los “extranjeros” (Costant afirma en el programa de sala: “Cuando regresan… parecen venir del desierto y se asemejan un poco a Lawrence de Arabia”), así como con las agitaciones emocionales de las protagonistas. Difícil entender la referencia (¿religiosa?) a una imagen de San Sebastián, cuya relación con la trama es un enigma abierto a múltiple interpretación.
En lo teatral cabe rescatar (en la acepción precisa del término) la régie, que anima con inteligencia, vivacidad y detalles acertados la compleja trama de Da Ponte, incluso en los recitativos. Esta juega hasta el límite con las convenciones del género, pero Constant hace que un público contemporáneo pueda acogerlas si entra en ese juego. Apela a recursos mínimos (dos figurantes con multipropósito, un coro que se oye pero no se ve), compensados por una acción incesante y apropiada de todos los personajes, bien dirigidos en lo dramático y compenetrados de sus roles en un grado que les presta la difícil ilusión de la verosimilitud, aunque no estén cantando, y añadiendo detalles que dan variedad a lo visual. Por ejemplo, durante el aria “Un'aura amorosa”, está bien logrado el efecto de que Fiordiligi y Dorabella, tímidas pero entusiasmadas, escuchen a Ferrando escondidas tras la puerta. El realce de la arista cómica de este drama jocoso tuvo buena recepción: no es usual ver tal nivel de risas, y hasta carcajadas, en el público.
La dirección musical (Pedro-Pablo Prudencio) respeta la integridad de la obra, recitativos incluidos, lo cual preserva su equilibrio musical general y su desenvolvimiento psicológico, como los coautores lo quisieron. Es un mérito importante, considerando que no pocas producciones de alto coturno, en escena y grabaciones, amputan pasajes enteros. No obstante, la elección de los tempi, muy personal, resta intensidad a ciertos pasajes que requerirían detenerse algo más.
Vocalmente, este conjunto es sólido, destacando las dos protagonistas, Evelyn Ramírez (Dorabella) y Andrea Aguilar (Fiordiligi). Muy seguro y parejo el barítono Eleomar Cuello, que imprimió sobriedad a Guglielmo, rol que usualmente se dibuja más frívolo. Santiago Bürgi apostó a un Ferrando algo burlón, no obstante en él se concentran más los rasgos de la ópera seria, por la personalidad del personaje y la estética de sus arias. Buen desempeño de Patricia Cifuentes en el agitado rol de Despina, si bien se la notó algo cansada en el segundo acto. Patricio Sabaté fue un ágil y juvenil Don Alfonso, que contribuyó en gran medida al buen resultado escénico global.