A mi querido padre le oí muchas veces decir que los pueblos tienen identidad y tradiciones que le dan sentido a la existencia, y por eso la enseñanza de historia es tan necesaria. En una sociedad de libertades, me decía, los conceptos que la fundamentan debieran ser centrales en la educación. Hace unos días, el profesor Gastón Soublette publicó un libro con reflexiones sobre la deshumanización de la sociedad cuando se pierde esa esencia y se enfatiza solo la ganancia y el rendimiento, olvidando valores y tradiciones. Le encuentro mucha razón. El capitalismo mal ejercido me parece motivo de preocupación hace años, en especial tras la crisis de 2008: bancos usureros sin el más mínimo sentido de respeto por la sociedad —como Goldman Sachs— condujeron por primera vez en Estados Unidos (donde su gente valora el éxito económico legítimo) a protestas contra las ganancias especulativas irrisorias y tramposas a costa de esforzados ahorrantes.
Coincido además con Soublette —y lo he repetido en estas columnas— en que el PIB no es el único dato para calcular un buen desarrollo con sentido de justicia. Sin embargo, como en tantas cosas, tengo dudas. Porque si bien el capitalismo mal entendido es ominoso, es peor lo que observo en otras culturas donde no llegó la libertad comercial y política. Hay falta de respeto y de transparencia en China, opresión en muchos Estados del Medio Oriente, pobreza abyecta en África, lo que no se explica por el colonialismo, como algunos sostienen. La evolución de derechos políticos que se fue desarrollando en Europa desde la Carta Magna de 1215, y el conjunto de libertades personales, económicas y civiles tan bien resumidas en la Declaración de Independencia de EE.UU. y en su Constitución, son hitos en la historia de Occidente, que condujeron a sociedades bastante equilibradas y justas dentro de lo que ha sido la historia de la humanidad.
Al profesor Soublette, que en el ramo Estética Oriental en la UC nos enseñó a valorar las cosmovisiones de culturas diversas, lo aplaudo. Solo les agregaría a sus reflexiones que el buen capitalismo, ese que explicaba Adam Smith en su “Teoría de los Sentimientos Morales”, permitió a millones de personas mejorar sus condiciones de vida como nunca en la historia. Smith enseñaba economía como parte de la filosofía moral, y enfatizaba el valor de la ética en las decisiones económicas. Pero la actual mentalidad economicista centrada en las ganancias, sin importar métodos ni costos humanos, se refleja incluso en planes de educación que olvidan su dimensión formativa, eliminan disciplinas como Historia, y enfatizan saberes ocasionales, pasajeros y utilitaristas. Todo en nombre del supuesto desarrollo y el progreso.