El nuevo partido de José Antonio Kast (JAK) ha desatado todo tipo de comparaciones con el español Vox. Era inevitable porque mucha gente cree que la política española se anticipa a la chilena. Álvaro Elizalde, por ejemplo, comentó que “en España, la derecha perdió las elecciones por la irrupción de Vox, que los obligó a correrse a la extrema derecha para detener ese fenómeno”. El centro, huérfano, habría quedado a merced de los socialdemócratas.
El “efecto centrífugo”, la fuga de votos hacia los extremos existe. Pero la derecha española acumulaba otros problemas y la corrupción, que provocó la caída del gobierno de Mariano Rajoy en junio de 2018, no era el menor. Así que endurecer el discurso e irse a la derecha no fue lo único que causó la debacle del Partido Popular. De los 137 diputados que tenía, el PP cedió 24 por la extrema derecha (Vox), 25 al centrista Ciudadanos y 22 que se volatilizaron sin un destino claro. Apenas retuvo 66 escaños. No se sabe cuántos diputados más habría perdido por la derecha de no haber radicalizado su discurso.
Pero lo que sí se sabe es que 700.000 votos de derecha, que en su mayoría eran del PP y que fueron para Vox, no sirvieron para nada. La versión española de la Ley D'Hondt los dejó sin representación porque es muy difícil que, en las circunscripciones medianas y pequeñas, el quinto partido en liza (que era Vox) quite un diputado a los dos más grandes. Si esos votos hubieran ido al PP, podrían haber supuesto entre 9 y 12 escaños más para la derecha, pero como fueron a Vox acabaron en la basura.
Esto introduce un elemento crítico a la hora de comparar: el impacto de la institucionalidad. Por muy universal que sea el “efecto centrífugo”, si los sistemas electorales son distintos, los resultados también acaban siéndolo. La diferencia no es sólo que el chileno sea un régimen presidencial frente a uno parlamentario como el español, sino que las leyes tienen distinto impacto. Sin llegar al modelo binominal que tenía Chile, el sistema español favorece el bipartidismo, pero no lo prescribe. De hecho, ahora mismo lo que hay en España es un sistema de dos bloques (bibloquista), similar al chileno, aunque éste último está más fragmentado.
Con todo, Chile tiene reglas que mitigan los extremismos. Una es la segunda vuelta presidencial, la lección básica que dejó la crisis de 1973. Pero otras, como las primarias presidenciales y parlamentarias, son normas que han ganado crédito con la práctica. Competir por fuera supone aventurarse a transgredir legitimidades. O normas como los pactos electorales para las parlamentarias, que en España están en pañales, pero que en Chile son habituales y amortiguan que la cifra repartidora deje votos sin representación. El único pacto electoral de la derecha española se produjo en Navarra, y allí ganó.
Que duda cabe que, en casi todos los sistemas electorales, la suma y la multiplicación tienen premio, y la resta y la división crean ineficiencias. La derecha lo comprobó en la elección presidencial chilena, pero no suele mostrar el mismo espíritu en las parlamentarias y municipales. Lo que no está claro es que, con las reglas del juego chilenas, el resto de la derecha vaya a perseguir a JAK, extremando posiciones, como sí hizo el PP en España.
La clave estratégica en Chile es la gestión del bibloquismo y la optimización de su poder en cada cita electoral. Desde esa perspectiva, la apuesta de JAK parece que busca ser más un contrapeso en su sector que un intento de hegemonizarlo como están haciendo Vox y Ciudadanos en España.
Hay un esfuerzo deliberado de JAK por parecerse a Vox. Por ejemplo, cuando dice que su partido no es de “extrema derecha” sino de “extrema necesidad”, una frase que también emplearon los españoles.También hay una apuesta por una política económica liberal, con bajadas de impuestos, alejándose de una derecha con énfasis más social como la que pueden encarnar Lavín (UDI) u Ossandón, ambos muy destacados respecto de JAK en la última encuesta CEP.
Estratégicamente, JAK y Vox operan de manera similar, bajo las tácticas que con tanto éxito Steve Bannon depuró para Donald Trump: provocando al establishment político e institucional, agitando en redes sociales y fiscalizando a las elites. Muy probablemente el electorado potencial de Kast sea parecido al de Vox: entre un 10% y un 15% de los votantes. Podría llegar al 20% en una circunstancia excepcional. Todo dependerá de cómo las reglas traduzcan esos votos. JAK ha dicho que su proyecto es centrarse en conquistar una mayoría parlamentaria. Y es allí donde hoy está la principal disfunción institucional chilena. Así como la segunda vuelta impide que un político nos gobierne con apenas un tercio del electorado, no hay una fórmula constitucional para resolver el bloqueo que supone un presidente y un Congreso que se llevan como el perro y el gato.