José Antonio Kast nos anunció que Acción Republicana se transformará en partido político y que ya tiene dos diputados. Si bien esta movida suya despeja una incógnita que llevaba mucho tiempo abierta, los líderes de Chile Vamos están nerviosos, pues no saben cuánta gente les quitará JAK. Tendremos que esperar las elecciones para saberlo.
Quizá las cosas no sean tan graves para la derecha. Es más, tal vez sea una oportunidad interesante, si se tiene en cuenta que en Chile el voto es voluntario (cosa lamentable) y que la mitad de nuestros conciudadanos no votan. Por tanto, hay que llegar a ese otro público y no parece que las propuestas disponibles sean capaces de seducirlo. JAK podría intentarlo y, de paso, aumentar los niveles de participación política.
JAK es la expresión de una molestia muy real en un número significativo de chilenos, que sienten que, como están las cosas, la derecha no los representa. Porque no hay que creer que el único malestar que existe en el país es el propio de los encapuchados o el de quienes dicen representar la voz de la calle. Hay gente que está incómoda porque las calles no son seguras, la familia parece no existir en las políticas públicas y el centralismo santiaguino no para de crecer. No es casual que el nuevo Partido Republicano vaya a constituirse precisamente en cuatro regiones.
Ante este fenómeno, la respuesta fácil es decir que JAK es un populista, como si esa etiqueta resolviese nuestros problemas. Una calificación semejante, aparte de ser muy poco sofisticada desde un punto de vista intelectual, es bastante tramposa. JAK no es Bolsonaro ni los suyos son los postulados de Le Pen o Alternativa para Alemania.
Chile Vamos requerirá no solo muñeca política para relacionarse con él. También deberá entender las causas de ese malestar. Algunos dicen que la insatisfacción se dirige contra la democracia cuando quizás su destinatario sea el liberalismo de izquierda y derecha. Así lo ha recordado estos días Patrick Deneen, de visita en nuestro país con ocasión del lanzamiento de la edición chilena de ¿Por qué fracasó el liberalismo? Se trata de un libro que ya ha sido traducido a 15 idiomas y que recibió alabanzas incluso de Barack Obama.
Deneen es un personaje difícilmente clasificable con las limitadas etiquetas nacionales. Bastaba verlo llegar a los “Diálogos en la Moneda” en el metro, mientras conversaba con gente joven, cosas poco habituales en visitas importantes. Iba con corbata y bien vestido, pero llevaba una mochila en la espalda y lo acompañaba el indisimulado orgullo de provenir de la clase obrera. La misma singularidad se refleja en su libro: algunas páginas parecen escritas por un ecologista de izquierda y otras, en cambio, por un conservador social.
La tesis central de su libro puede resumirse en un par de líneas y tiene un aire chestertoniano: el liberalismo fracasó debido a su éxito. En su patológico afán de autonomía individual, este proyecto terminó por erosionar las condiciones que lo hacían posible. Sin un fondo moral, sin familia y comunidades, sin iglesias y barrio, no hay democracia que funcione y el individuo queda inerme frente a un Estado que —a falta del contrapeso de las comunidades— es la única instancia capaz de dar seguridad a unos sujetos desarraigados. Así llegamos al estatismo individualista que observamos en fenómenos como el Frente Amplio, donde el mundo entero es visto desde el prisma de unos derechos individuales garantizados por el aparato estatal.
Pero el liberalismo, según Deneen, no solo socavó los fundamentos morales que le permitían vivir. En su afán de emancipar al hombre de las ataduras naturales, terminó por destruir el ambiente en que vivimos. Eso no preocupa a los liberales de derecha, porque creen que la tecnología arreglará los desastres causados por su mal uso, del mismo modo en que los liberales de izquierda confían en que los problemas causados por el individualismo liberal se corregirán con más liberalismo.
A Deneen no le gusta Trump y dudo que comparta la propuesta de JAK. Pero es clarísimo en decir que si las élites políticas y económicas no reaccionan ante los problemas de la clase trabajadora, lo esperable es que la población elija precisamente ese tipo de propuestas. De ahí que no convenga despreciar al pueblo ni a los votantes o simpatizantes de tal o cual liderazgo, sino preguntarse qué lleva a la gente a preferirlos.
Gente como Deneen nos saca de nuestros esquemas y nos hace pensar. No para compartir todas sus provocativas afirmaciones, sino para descubrir que hay un amplio espacio entre Evópoli y JAK, y que nadie lo ha llenado cabalmente. No será fácil hacerlo, porque eso requiere una derecha con menos Starbucks y más Transantiago; una derecha que se tome en serio las regiones; que sepa que la economía y la moral son fundamentales, pero que ellas no bastan para construir una propuesta específicamente política.
En suma, se necesita una derecha que no se conforme con una mezcla de economía globalizada y conservadurismo moral; que no tenga miedo a la hora de usar corbata, pero que lleve con naturalidad una mochila en la espalda.