En los últimos días, connotados analistas han anticipado que nuestra economía no alcanzará un crecimiento de 3,5% como se estimaba meses atrás y han ajustado las proyecciones a 3,2%. Incluso hay quienes pronostican una baja mayor. Para entender cómo se nubló el panorama económico del país y qué podríamos hacer para enfrentarlo, debemos analizar causas externas e internas.
Un par de años atrás, cuando se hablaba de nuestra situación económica, algunos decían que la caída del crecimiento no podía explicarse con lo que pasaba a nivel mundial, porque el partido se jugaba acá. Bueno, eso no era efectivo antes ni ahora. Hemos visto en el último tiempo cómo se ha agudizado la guerra comercial entre Estados Unidos y China y cómo está afectando el sector tecnológico, muy sensible para el desarrollo mundial y el crecimiento. Esto puede desencadenar otros eventos con un impacto mayor en la economía mundial y, por supuesto, en la de nuestro país. Un destacado economista local advierte que, con las posturas nacionalistas de EE.UU., los avances de la globalización de los últimos 25 años van a ser una cosa del pasado.
La situación de nuestro vecindario también es compleja. El triunfo de Bolsonaro en Brasil hizo creer que el nuevo presidente podría empujar un paquete de medidas que le inyectaría mayor dinamismo a la economía más grande de la región. Sin embargo, la caída de su popularidad pone en entredicho esa posibilidad. El caso de Argentina no es más auspicioso. Los problemas que enfrenta Mauricio Macri lo han llevado incluso a tomar medidas impensadas como la fijación de precios. Más aún, la vuelta de Cristina Fernández, en medio de juicios de corrupción, nubla aún más los cielos allende los Andes. Si vamos un poco más lejos, en México, la gestión de López Obrador tampoco promete. Y si bien la economía de Perú se encuentra en mejor pie, no se puede decir lo mismo de su sistema político.
A nivel interno también tenemos dificultades. Las altas expectativas que generó el gobierno en el sector privado, al plantear que la falta de crecimiento obedecía a problemas de gestión interna y políticas erradas que la nueva administración solucionaría, están pasando la cuenta, como se aprecia en la caída de la confianza empresarial.
A esto tenemos que sumar fallas en el manejo político que han tenido impacto en nuestra economía. Quienes hoy están en el gobierno criticaron la gestión de Bachelet por el exceso de reformas, pero hoy cometen el mismo error. El Presidente Piñera ha enviado cuatro reformas estructurales al Congreso: tributaria, de pensiones, de isapres y laboral. ¿Cuál es el impacto de esta agenda tan ambiciosa? Que tenemos muchos flancos abiertos que generan incertidumbre, especialmente cuando vemos pocas condiciones para llegar a acuerdos que permitan aprobar esos proyectos durante este año. Sería peor que por empecinarse en obtener resultados se termine con medidas populistas de alto costo para el país.
Pongamos la lupa en el proyecto tributario. Más que una modernización, es una iniciativa que impulsa cambios muy profundos antes de que la última reforma esté completamente implementada. Para que se aprobara solamente la idea de legislar, que tomó 8 meses, el Gobierno tuvo que improvisar y gastar mucho capital político. Planteó que iba a subir el impuesto a las plataformas digitales de 10 a 19% y luego retrocedió. Este ruido se sumó al que provocó la idea de los impuestos regionales que todavía no está claro cómo se aplicarán y que han recibido críticas del empresariado.
Entonces, si en un momento se planteaba que el foco del proyecto era estimular el crecimiento y la inversión, aunque las medidas para ello no quedan claras, ese objetivo se ha desdibujado por el costo político que ha provocado. El expresidente del Banco Central y jefe económico de la campaña de Piñera, Rodrigo Vergara, planteó que incluso un impacto de un 0,2% en el crecimiento le parecería exagerado, más aún si se considera que puede desfigurarse en su tramitación.
Habría que preguntarse ahora para qué perseverar en reformas con bajas probabilidades de aprobación, gastando capital político que se podría usar en empujar aquellas iniciativas que sí permiten dinamizar nuestra economía.
Una apuesta más interesante sería concentrarse en el proyecto que modifica nuestro sistema de pensiones y nuestro sistema de capacitación. Esto, por la urgencia social que tiene el primero. Muchos chilenos esperan hace años que mejoren sus pensiones. Mientras más dilatamos esta discusión, más tiempo deberán esperar para ver resultados concretos. Al mismo tiempo, una reforma que apunte al ahorro tiene un impacto importante en la inversión y en el crecimiento. Una iniciativa que se haga cargo en forma responsable del problema previsional pondrá de nuevo a Chile como un ejemplo de seriedad económica a nivel mundial. Y lo segundo, porque necesitamos abordar ya los cambios tecnológicos que están transformando rápidamente el mercado laboral.
Creo que este es el momento para que el Gobierno evalúe qué capital político tiene y dónde debe usarlo. Lo que está claro es que llegó el momento de priorizar, porque ni el tiempo ni los recursos técnicos alcanzan para todo.
Alejandro Micco
Profesor FEN
U. de Chile