El miércoles, en el CA 660 de Corpartes, debutó la Orquesta Sinfónica de Londres (LSO) en nuestro país, bajo la dirección de Sir Simon Rattle. En el programa, Danzas Eslavas de Dvorák y la “Sinfonía Fantástica”, de Hector Berlioz.
Cuando uno ve y escucha una gran orquesta sinfónica, en el formato que nos legó el Romanticismo, no puede dejar de pensar en el cúmulo de heterogéneos componentes involucrados. Los instrumentos (cuerdas frotadas y pulsadas, vientos con y sin lengüetas en las maderas, de embocadura en los bronces, percusiones) tienen, cada uno, sus propias leyes matemáticas y acústicas para la producción del sonido y, a pesar de ello, logran un conjunto armonioso y homogéneo. Agréguese a ello, que esta empresa es realizada por más de 100 instrumentistas, cada cual un universo particular, que se someten a la autoridad de una sola persona que impone su visión estética al servicio de una obra. Que esto se produzca, es ya extraordinario; que los resultados sean de la excelencia de la LSO, es un milagro.
Si en este primer concierto el programa fue deliberadamente escogido para producir un impacto mayúsculo desde el primer tutti forte, lo logró desde el mismísimo comienzo de las cinco Danzas Eslavas, de Antonin Dvorák, interpretadas. El escenario se llenó de colores, ritmos y melodías, inéditas para la cultura musical austro-germana de su tiempo, lo que introdujo en ella una ola refrescante del viento del Este. Las Danzas le quedaron como anillo al dedo a este estupendo conjunto que ya tiene más de cien años de trayectoria.
En 1830, a los 27 años, Berlioz compuso su prodigiosa “Sinfonía Fantástica: Episodio de la vida de un artista, en cinco partes”. La obra rompió los moldes en muchas formas y se apartó derechamente del concepto clásico de la sinfonía, al suplir el formato tradicional por una narración musical autobiográfica plena de amor contrariado y desilusión, donde la imagen de la amada, presente en los cinco movimientos como una idée fixe, transita desde la idealización en un ensueño alucinado hasta lo grotesco de una visión de aquelarre. La LSO brindó una versión estremecedora y memorable. Fuera de programa, se ejecutó la virtuosa variación final (Fuga) de la “Guía de la juventud a la orquesta”, de Britten.
Sir Simon Rattle, aunque está en el apogeo de su brillante carrera, es ya una leyenda y fue un privilegio tenerlo entre nosotros. En todo momento se pudo apreciar su profundo conocimiento de las obras con una técnica en que todo gesto tenía pleno sentido y revelaba una solícita preocupación por ir a cada uno de los integrantes de la orquesta, en procura de un magnífico resultado colectivo. Esa preocupación por extraer lo mejor de cada músico y donde todos se sienten convocados fue una lección de verdadero liderazgo.