A diez años de ganar el Oscar por la intensa y dramática "El Secreto de sus ojos", Juan José Campanella estrena una comedia desopilante, de un humor negro y sarcástico: "El cuento de las comadrejas".
Plagada de diálogos cáusticos y agudos como estilete, se trata de un remake (con variantes) de una mítica película argentina de José Martínez Suárez, "Los muchachos de antes no usaban arsénico" (1976); sin duda, un guiño a "Arsénico y encaje antiguo" (Frank Capra, 1944, que a su vez se inspiró en una obra de teatro).
Si el guion y los diálogos resultan una delicia de principio a fin, las contundentes actuaciones de sus cuatro protagonistas contribuyen de manera decisiva al gozoso resultado: Graciela Borges ("La ciénaga"), Óscar Martínez (Copa Volpi al mejor actor en Venecia por "El ciudadano ilustre"), Marcos Mundstcok (Les Luthiers) y Luis Brandoni. A ellos se acoplan a la perfección Clara Lago ("Ocho apellidos vascos") y Nicolás Francella.
Prácticamente todo sucede en una impresionante casona antigua rodeada de jardines y estatuas, en algún lugar de las afueras de Buenos Aires.
Los salones, las grandes escaleras, los retratos y pinturas que cuelgan de la paredes, los pesados cortinajes, la recargada decoración golpean los sentidos y conducen a una sola palabra: decadencia. El tiempo se ha detenido allí y sus habitantes están irremediablemente atrapados en una suerte de pausa infinita.
La vida los dejó abajo por distintas circunstancias, pero nada ha conseguido mantener a raya sus egos ni menos bajar sus defensas. Las mentes ágiles y suspicaces de Norberto Imbert (Martínez) y Martín Saravia (Mundstock), alguna vez cotizados director y guionista, respectivamente, de cine, no descansan. Mara Ordaz (Borges) aún se viste (o disfraza) como la diva que nunca ha dejado de ser, una que hace muchos años ganó un Oscar, estatuilla que luce en un pedestal en el hall de entrada de la casa. El símbolo perfecto de que el mundo gira en torno a ella. Su marido, Pedro de Córdova (Brandoni), postrado en una silla de ruedas, parece el más cercano a la realidad y, por lo tanto, a la resignación: mal que mal, él fue un actor de segunda, a la sombra de su rutilante mujer, quien se sigue contemplando a sí misma mirando una y otra vez sus películas en el microcine del subterráneo, profusamente adornado con afiches de sus proezas.
El equilibrio precario de esta singular (y misteriosa) convivencia se desestabiliza cuando irrumpe "casualmente" una pareja de jóvenes, Francisco (Francella) y Bárbara (Lago), que se deshacen en elogios ante Mara.
Campanella juega al cine dentro del cine, no solo con los irónicos parlamentos de Martín, que nunca deja de ser guionista, y las consiguientes observaciones de Norberto, sino que también con una mirada sardónica a esa trampa que es la fama y el poder y que captura a muchas estrellas, una vez que prueban sus delicias, y que las más de las veces termina siendo una ilusión fugaz.
Pero aun siendo el ego el ostensible talón de Aquiles de Mara, ni ella ni el resto de los habitantes de la casona son inofensivos y dulces viejecillos. Esta curiosa "familia" esconde varios cadáveres en el armario y tiene muchas cuentas por cobrarse. En el juego de poderes que se establece entre ellos y los visitantes -el eje por donde circula la historia- los secretos pueden ser un jaque mate para cualquiera de los dos bandos.
Ágil y con inteligentes giros -que se prodigan hacia el tercio final-, "El cuento de las comadrejas" es de esas películas que uno quiere ver de nuevo aunque sea para escuchar y reírse otra vez con las barbaridades que con tanta fineza se lanzan unos a otros, mientras van desapareciendo los escrúpulos y desempolvándose las verdades ocultas.
(En cines desde el próximo jueves 23 de mayo).