Hay que ser en extremo talentoso como para imprimir tanta tensión a una película que transcurre en unas oficinas más bien pequeñas y, más específicamente, enfocada en la cabeza del protagonista con los audífonos puestos, como lo hace Gustav Möller en “La Culpa” (“The Guilty”; Dinamarca, 2018).
Son 80 minutos de suspenso que no sueltan al espectador —y que transcurren en tiempo real—, tan solo en algunos escasos momentos la cámara se abre hacia otras personas que están en esa habitación y poco más de un par de diálogos se producen entre ellos.
Todo lo demás se concentra en Asger Holm (un asombroso Jakob Cedergren), un oficial de policía que ha sido trasladado temporalmente a la Central de Emergencias (como el 911 de EE.UU.), donde, a contrapelo, cumple funciones como operador telefónico.
Hay más de una historia en este espacio impoluto y sofocante, pero no están exactamente allí. Una parte, en la atormentada conciencia de Holm; la otra comenzará a suceder allá afuera cuando el oficial coge el llamado de una mujer, Iben, que se escucha algo débil y cuyo tono enciende las alertas del ágil patrullero que es Asger.
No han pasado ni 10 minutos del filme.
Al menos en lo formal, es imposible no recordar a la magnífica “Locke” (Steven Knight, 2013), en la que Tom Hardy exhibe su rotundo talento actoral. Pero la ópera prima de Möller camina por otros derroteros y su protagonista no tiene el control sobre lo que ocurre en su vida y más bien es el destino el que se lo lleva por delante. Sí: en un momento él tomó una decisión irreversible, no del todo pensada; y a lo que asistimos es a las consecuencias, en cascada, de aquello.
El espectador sabe tanto (o tan poco) como Holm, atrapado en sus audífonos, deduciendo lo que pasa en torno a la dramática llamada de Iben. El rastreo computacional y la escasa información que la mujer proporciona le permite a este policía hábil ampliar “la escena”.
Todo lo que conocemos es aquello que llega a su teléfono (lo que a su vez comunica a la comisaría) y lo que el oficial deduce que ocurre, que no necesariamente corresponde a la verdad o parte de ella.
Luego está aquello que ya ha sucedido, y que es el motivo por el cual un policía de acción está sentado en esa silla; y enseguida, lo que se avizora que acontecerá mañana, en unas horas más, cuando termine su turno a medianoche.
Cada trozo de realidad —el confuso presente de Iben, el reciente pasado de Holm, que está determinando su futuro— se va abriendo a los ojos del espectador a través de escuetos diálogos y breves escenas, cuya intensidad va en un permanente
in crescendo.
Möller maneja con maestría y sobriedad los elementos de este
thriller policial que se dibuja como lo que realmente es: una dolorosa tragedia que circula de ida y vuelta por la línea telefónica.
Cedergren responde con una actuación contenida que amenaza con explosionar a medida que avanza el metraje. Holm está enfrentado a un grave problema que resolver, pero sobre todo, a una disquisición moral y una eventual redención que aflora al momento de empatizar con su desconocida interlocutora.
Nada termina siendo lo que parece, aunque siempre la información estuvo allí. Es que cuando estamos ante hechos estremecedores, los seres humanos solemos sacar conclusiones apresuradas, gatilladas por la emoción y el impacto, sin reparar que solo disponemos de retazos de verdad.
El de Möller es un guion brillante, de esos a los que no les sobra ni les falta nada —cada giro calza como puzle—, y su trabajo en la dirección, extraordinario.
No querrá ni parpadear: seguro una información relevante se le escapará. Muy buena.
(Hoyts La Reina, Parque Arauco, Casa Costanera, Trapenses, Dominicos y Cine El Biógrafo).