Hay tanto que agradecer. A Johann Sebastian Bach, quien compuso las Seis Suites para cello solo. A Ana Magdalena Bach, su segunda mujer, que las copió para que llegaran hasta nosotros: vaya trabajo que se dio. A Pau Casals, que las redescubrió; era un niño cuando encontró la edición de Friedrich Gürnemanz y empezó a estudiarlas. A los grandes cellistas que las han interpretado: desde Mstislav Rostropovich a Jacqueline du Pré, desde Anner Bijlsma a Vito Paternoster. Y, por supuesto a Yo-Yo Ma, que ganó el premio Grammy a la Mejor Interpretación Instrumental con su álbum “The Unaccompanied Cello Suites”(1985). También hay que agradecer al banco BICE que hizo esto posible, en la celebración de sus 40 años.
Porque hablamos de uno de los más grandes acontecimientos musicales realizados en Chile en los últimos tiempos. Uno que repletó el Teatro del Lago de Frutillar para escuchar este monumento musical barroco, en manos de un cellista celebérrimo como Yo-Yo Ma, quien ha vivido en compañía de estas partituras prácticamente durante toda su trayectoria artística y que las conoce hasta en sus detalles más imperceptibles.
La devoción por Bach es algo extendido, pero es muy músico el auditor que se ha adentrado en las particularidades de las Seis Suites, obras que son un concentrado de humanidad y que utilizan una variedad infinita de recursos musicales para que el intérprete explore, desde su propia sensibilidad, aquello que quiera acentuar o transmitir.
Yo-Yo Ma se diría que busca un punto medio entre la mayor intensidad expresiva y los elementos propios de una interpretación historicista de esta música que exige comunicar afectos a través de perfección técnica, estilización y delicadeza de sonido.
Son partituras, además, que ponen al cellista ante otra gran dificultad: como los movimientos no tienen indicación de
tempo, debe asumirlos con cuotas iguales de extrema disciplina y de libertad. En todo esto, Yo-Yo Ma es un maestro cuya actitud interpretativa demuestra que sabe que en cada una de esas partituras hay una mezcla de rigor y contemplación, de búsquedas musicales (el contrapunto bachiano está en ellas de manera esencial) y también imaginativas. Es por esta última razón, probablemente, que algunos cellistas se han rehusado a grabarlas, otros se han arrepentido de hacerlo y otros han insistido, grabándolas más de una vez, porque no han quedado satisfechos o no se reconocen en el registro precedente: las Suites cambian según evoluciona el intérprete en madurez.
En manos de Yo-Yo Ma, la sencillez inicial pronto se convierte en un laberinto y la variedad parece eterna, inagotable como lo es un estado meditativo profundo que uno sabe dónde comienza pero no adónde te puede llevar.
Ya en el Preludio de la Suite 1 él devela que lo que le interesa es la evolución dramática, independientemente de que el
minuetto se muestre pronto algo más amable. En la número 2, tal objetivo ya es un hecho, y Yo-Yo Ma teje la línea melódica inicial enfatizando los silencios para luego, en la
allemande, profundizar la tensión. En la Suite 3, el ambiente sonoro es brillante y la imaginación le permite incluso hacer comentarios graciosos; aquí el cellista luce su virtuosismo de manera espléndida en la
courante, luego despliega pura nobleza, cede al impulso de baile de las
bourrées y, con nostalgia, mira hacia el pasado en la
gigue.
En la Suite número 4, Bach extrema las variaciones; atendiendo a esto, Yo-Yo Ma pone freno a la velocidad en la correspondiente
courante de tan curiosa alternancia rítmica. En la 5, ya el preludio anuncia que reinará la gravedad y el cellista, a través de la polifonía latente, da cuenta de las conexiones entre las líneas melódicas, desplegando una creatividad que a ratos parece sin límites. A estas alturas, no se sabe bien quién es el creador: si Bach, que las compuso, o Yo-Yo Ma, que a partir de las notas elabora un ensayo propio sobre la tragedia de la vida humana.
Así llegamos a la Suite número 6, con su preludio repleto de efectos y esa
allemande que casi se escapa de lo que consideramos tonal. La sarabande explicitará la intención bucólica de la pieza mientras la
gigue, de belleza extrema y perfecta para terminar, permite asumir el silencio final con esperanza. No es vacío, entonces, sino inmovilidad expectante.
El gran artista chino dedicó a Pau Casals el único
encore de este magnífico e inolvidable recital: su entrañable adaptación para cello de “El cant dels ocells”, canción popular catalana.