Un recital de
Lieder es un momento de generosa y profunda entrega humana: el cantante junto al pianista en una simbiosis absoluta, unidos en el encuentro de música y poesía, desnudando ambos su alma en el transcurso y llevando a la audiencia por las heridas, los deseos, las pequeñas alegrías y las esperanzas que animan toda vida. Es por eso que el público sale transfigurado de un concierto así, con la certeza de haber presenciado algo magnífico e irrepetible.
Ocurrió el milagro en el Teatro del Lago (Frutillar), donde comparecieron la soprano chilena Catalina Bertucci y el pianista austríaco Helmut Deutsch. Ella, con una voz lírica neta que maneja con destreza y que se aplica seriamente en términos estilísticos a los diversos compositores convocados, desde Berg a Turina y Pedro Humberto Allende. Dominio del fiato, registro consolidado desde el grave al agudo, capacidad expresiva sin aspavientos, dicción incólume, memoria prodigiosa, pianísimos transparentes. De seguro será una excelente Sophie en “El caballero de la rosa” en el Teatro Municipal.
Y él, Helmut Deutsch, un maestro de estatura histórica, siempre sosteniendo a la voz desde el piano, comentando el canto y develando el sentido de los poemas, respirando prácticamente con su cantante, hasta fundirse con ella.
El repertorio fue un verdadero
tour de force: “Sieben frühe Lieder”, de Alban Berg; siete canciones de Franz Liszt; el ciclo “Mädchenblumen”, de Richard Strauss; una selección de “Letzte Blätter”, también de Strauss, y partituras de Obradors, Montsalvatge, Allende, Granados, Guridi y Turina.
Catalina Bertucci estuvo notable en “Die Nachtigal” (Berg), lied que recuerda a Brahms, mientras Deutsch desplegó sutilezas impresionistas en “Liebesode” y “Nacht”. Notables los contrastes y los mundos sonoros y expresivos tan distintos de las dos versiones de “Freudvoll und leidvoll”, de Liszt (1848 y 1860), y entrañables e inspirados ambos en “O lieb, so lang du lieben kannst”. Richard Strauss vino en sus canciones sobre flores que describen muchachas: acianos, amapolas, hiedra y nenúfares, y luego en esas cimas de carácter que son “Nichts”, “Die Nacht”, “Allerseelen” y el apasionado e imperativo “Zueignung”.
Tras la delicadeza de “El cabello más sutil” (Obradors) y el color y el ritmo del “Canto negro” (Montsalvatge), con la soprano a sus anchas, Helmut Deutsch sobrecogió con su delicuescente digitación en la bellísima “Mientras baja la nieve”, de Allende, con texto de Gabriela Mistral. Y luego Granados (“No lloréis ojuelos”), la conmovedora “No quiero tus avellanas” (Guridi) y esa fiesta de sonido y poderío vocal que propone “Las locas por amor” (Turina). Los encores fueron “Ars vitae”, de Sebastián Errázuriz; “Amanecer”, de Vicente Bianchi; la sorprendente y divertida “Tarántula” de la zarzuela “La tempranica”, de Gerónimo Giménez, y “La rosa y el sauce”, de Guastavino, en diáfana versión.