Si anda, Madame, por Zurich, ciudad terriblemente bancaria, podrá menear esas pernezuelas, que ya necesitan un poquito de ejercicio, y pasear por la Bahnhofstrasse, una de las calles más caras del mundo. Y mientras por acá admira edificios gruesos, sólidos, muy belle époque , que albergan a unos bancos poderosísimos, por allá, al otro lado del río, contemplará las torres de una catedral de tiempos de Carlomagno. Y luego podrá jugar a perderse por el antiguo barrio burgués, de tiempos de Zwingli, cuyas casas no tienen número, como era el caso en el cerro Alegre, donde los carteros lucían sus prodigiosas memorias (y algunas otras gracias).
A mediodía aborde ahí mismo un curiosísimo tranvía que, durante su tour circular, sirve un almuerzo a los pasajeros. Bueh... La comida no estará a la altura del placer visual, pero comerá algo mientras admira la "banlieu" zuriquesa. Pero, claro, no es esa la experiencia que queremos recordarle hoy, aunque sea divertido ir tragando en movimiento.
Lo que vale la pena es tomar en Locarno, en la Suiza italiana, un trencito que se encarama, serpenteando, hacia los Alpes: el trayecto es, mirado desde el ángulo de la aventura (por si es eso lo que la mueve a andar peripateando por el mundo), corto e inconducente: el único propósito del viaje es llegar hasta la primera parada, desembarcar y entrar, incontinenti, en el edificio de la estación, donde está instalado (confiamos que siga estando) el ristorante de Agnese Borghini, el Ristorante della Stazione, nombrado sin alarde alguno de imaginación, porque no la necesita. Adentro, lo que comerá Usía carece también de ella, pero es de excelsa calidad. Cierta vez que recalamos allí, ya sentados a la mesa y con vista a la ladera del cerro, cubierta por una preciosa viña de merlot con el que se fabrica, además del vino, una estupenda grapa, nos sirvieron un risotto de funghi porcini que venía dentro de un enorme queso parmesano ahuecado: la idea era que la cuchara, al servir cada porción de arroz, raspara las paredes del queso. Y después comimos unas frutillas a la pimienta, aderezadas con crema y licores. Ah. ¡Y qué pan, y qué mantequilla casera!
Alternativa. Suele salir de Chur, en el oriente de Suiza, un tren culinario que llega hasta Saint Moritz, y que se desplaza como una cuna por unos rieles que parecen de seda: el principal pasajero es algún chef suizo importante a cuyo cargo está la comida que se sirve en el trayecto. Voilà.
Y para que no se le reviente la hiel, pruebe lo siguiente.
Papas röstiCueza con piel 800 gr de papas. Enfríelas totalmente. Pélelas, rállelas con rallador grueso. Derrita 50 gr de mantequilla en sartén, agregue 1 cebolla picada y 100 gr de tocino picado. Rehogue bien, lentamente. Agregue las papas. Sal, pimienta. Dórelas, cubiertas, 30 min. Vuelque la tortilla a un plato. Acompaña asados y chancho.