Talentoso. Genial. Absurdo. Impredecible. Todos esos adjetivos se los ha ganado con largueza Felipe Avello en su carrera como comediante. Y el último de ellos fue el que lamentablemente más se hizo notar la noche de su esperada consagración, aquella que él mismo había decretado como el último objetivo de su carrera: llegar al Festival de Viña del Mar.
Lo de Avello la noche del domingo último fue, contra todos los pronósticos, lejano al éxito. Más bien cercano a la decepción. Porque el periodista que llegó a la Quinta Vergara acolchado por el favoritismo popular, de la prensa y del medio artístico, hizo bien poco arriba del escenario para justificar no solo su presencia, sino que el estatus que él mismo había dado a ese momento que todos esperaban celebran con él. Actuó para cumplir, no para deslumbrar.
Lo que Avello compartió fue poco menos de la quinta parte del potencial que ha demostrado tener en otros espectáculos en vivo que se han transmitido en televisión -el Festival de Olmué o la Teletón-. Salvo el inesperado -y apenas episódico- cierre con el cantante Augusto Schuster a su servicio sobre el escenario, el comediante y el equipo que lo asesora parecen haber hecho un verdadero acto de autosabotaje con una rutina de escasa exigencia y novedad: el viaje del antihéroe, dar el celular o su cuenta de Instagram, las coreografías con público y la lascivia no solo estuvieron una vez más, sino que lo hicieron sin elevar sus estándares; como ameritaba la ocasión.
Otros comediantes, mucho menos talentosos que él, han sabido aprovechar mejor este escenario para impulsar sus carreras, incluso a nivel internacional. Otros, tanto o más dotados -como Stefan Kramer- muestran un profesionalismo impecable en las producciones de sus shows y una capacidad notable para incorporar la actualidad a su mirada crítica -lo que es, en definitiva, el humor-.
La pereza de dejar temas contingentes apenas en menciones -como "el caballero de Gasco"- y la falta de riesgo en besar a un espectador, demuestran que Avello o está sobrevalorado o, lo más probable, actuó desde la zona de confort que implicaba apostar a que bastaba el cariño a su trayectoria para actuar en el Festival.
Desde ese mismo lugar será desde donde este talentoso y genial comediante del absurdo se preguntará por qué, pese a las Gaviotas ganadas en medio de los aplausos de una platea incondicional, su paso por el Festival de Viña del Mar no fue el exitazo que cualquiera -menos él y su equipo- podrían presagiar. Impredecible, una vez más.