Dos gobiernos de la Unión Europea enfrentados en una disputa diplomática no es lo usual en las relaciones entre socios y aliados. Pero el gobierno de Francia no podía dejar pasar sin reclamos una insólita reunión entre el viceprimer ministro italiano, Luigi di Maio, y líderes del movimiento de "chalecos amarillos" que han alborotado la escena política francesa los últimos meses. Emmanuel Macron está volcado a recoger las inquietudes del público para controlar el descontento ciudadano, y la cita fue considerada por la Cancillería gala como una "provocación inaceptable", lo que motivó el razonable llamado a consulta del embajador en Roma. El episodio culminó ayer con el retorno del diplomático, luego de que esta semana Macron y su par italiano, Sergio Mattarella, conversaran telefónicamente y valoraran la relación bilateral. Y aunque se ha anunciado una visita de Mattarella a Francia, ambos gobiernos tienen cuentas pendientes y están en un momento de precampaña para las elecciones europeas de mayo, por lo que futuros incidentes no son descartables.

Existen evidentes diferencias entre el Ejecutivo de Macron, europeísta activo, y el de la curiosa alianza que gobierna Italia, que une a la extrema derecha de Matteo Salvini con el movimiento Cinco Estrellas, populista de extrema izquierda, de Di Maio, que postula una agresiva política anti-Bruselas. Diferencias ideológicas, políticas, económicas y estratégicas que debían chocar en algún momento, y ese momento ha llegado con la cercanía de los comicios para el europarlamento. Di Maio -y Salvini también- busca acercarse a los movimientos antisistémicos europeos en la idea de ampliar el margen de votación y ganar espacio en un Legislativo que podría cambiar la fisonomía de la actual UE. Y en esa lógica, su reunión con una de las líderes de las protestas en Francia que ha manifestado interés en ser elegida en mayo le podría traer ingentes beneficios. Los flirteos con el partido ultraderechista de Marine Le Pen también molestan al Elíseo. Macron tiene el objetivo declarado de fortalecer la UE, y ha aludido a los populistas italianos como "lepra que se expande por Europa".

El tono de las declaraciones cruzadas, que comenzaron en realidad el año pasado, tras la decisión italiana de no permitir desembarcar inmigrantes ilegales en sus puertos, hace augurar una campaña europea dura y agresiva.

Pero, en medio de esta pugna política, lo que más puede complicar a Francia es la exigencia del gobierno italiano de terminar con el refugio que dan los franceses a prófugos italianos de los "años de plomo". Se trata de militantes ultraizquierdistas que habrían participado en secuestros y asesinatos en las décadas del sesenta y setenta, y que hoy viven libremente en territorio francés, protegidos por la "doctrina Mitterrand", bajo la cual se amparó a esos inculpados por considerar que la justicia italiana estaba predispuesta en su contra. El pedido de extradición de uno de esos fugitivos ya llegó al Ministerio de Justicia francés, y se espera otro en corto tiempo. Aunque teniendo como antecedente la decisión sobre el chileno Palma Salamanca, bien podría Francia pasar por alto los efectos negativos que una decisión adversa provoque en las relaciones bilaterales.