La decisión de Estados Unidos y Rusia de retirarse del Tratado de Misiles Nucleares de Alcance Intermedio (conocido como INF, por sus siglas en inglés), que prohibía el desarrollo, despliegue y la realización de pruebas de proyectiles balísticos con un alcance de 500 a 5.500 kilómetros, acaba de poner término a una época.
Firmado en 1987 por Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov, este acuerdo fue un importante paso en el proceso de distensión entre Washington y Moscú, en el contexto de los últimos años de la Guerra Fría. Y si bien aún hay un plazo de seis meses para revertir la actual situación, lo cierto es que el INF parece haberse convertido en letra muerta.
Es que durante meses Donald Trump acusó a Rusia de incumplir este tratado, poniendo como ejemplo el desarrollo del proyectil Novator 9M729, que, según EE.UU., tendría un rango de acción de 2.000 kilómetros. Por su parte, Vladimir Putin replicó que ese proyectil tenía un alcance máximo de solo 480 kilómetros, por lo que no transgredía los acuerdos del INF. Y, además, acusó a EE.UU. de ser quien realmente había incumplido el tratado, al avalar el despliegue de un "escudo antimisiles" de la OTAN en Rumania, en 2016.
Más allá de los mutuos reproches, lo cierto es que el INF se había convertido en una "camisa de fuerza" para ambas potencias. Sobre todo, en un contexto en el que la relación entre Rusia y Estados Unidos venía experimentando un progresivo deterioro durante las presidencias de George W. Bush y Barack Obama, hasta llegar a la actual "trama rusa" que salpica a Trump.
Ahora, por ejemplo, el gobierno ruso tendrá la libertad de desarrollar sin restricciones su nuevo misil Kalibr-M, con un alcance estimado de 4.500 kilómetros; o su proyectil hipersónico (aún sin nombre), capaz de volar a diez veces la velocidad del sonido.
Por su parte, EE.UU. también podrá avanzar en el desarrollo de este tipo de misiles, factibles de ser desplegados en submarinos, bombarderos de largo alcance y plataformas móviles.
Para el mundo, este episodio abre un escenario de incertidumbre que, eventualmente, podría traducirse en una nueva carrera armamentista nuclear entre ambas superpotencias. Pero también es cierto que el INF ya había quedado obsoleto hace mucho, con la progresiva aparición de otros actores -como China, India, Pakistán o Corea del Norte-, cuyos programas nucleares y de misiles balísticos no están sometidos a tratados efectivos.
En este contexto, el desafío es que tanto EE.UU. como Rusia acepten trabajar en un nuevo marco de entendimiento en el ámbito nuclear. Sobre todo, considerando que otro importante tratado firmado por ambos, el START-III, expira en 2021. Pero para la estabilidad mundial también es decisivo que los restantes países con arsenales nucleares acepten ser parte de un tratado más amplio y efectivo. Algo que, por desgracia, no será fácil de concretar.
Alberto Rojas