ESTA ES UNA PRODIGIOSA HISTORIA DE AMOR QUE CRUZA AÑOS Y PAÍSES, ritmos musicales, estados civiles y también regímenes políticos.
Es un relato que se inicia en la Polonia rural de 1949, cada vez más sometida al imperio del comunismo y la Unión Soviética, y que avanzará por distintas estaciones: Berlín Oriental, París, Yugoslavia y de nuevo Polonia en 1964.
El principio es con Wiktor (Tomasz Kot), músico de porte alto, pocas palabras y carácter retraído, que busca entre los campesinos y la pobreza esos ritmos y cantos perdidos del folklore de su país, con la intención de formar una academia y eventualmente recorrer el mundo con esas canciones y bailes.
En el proceso lo acompaña Irena (Agata Kulesza), una investigadora que a mitad de camino desaparecerá del escenario, pese a que era un personaje complejo, resistente y con agenda propia, pero la decisión del director Pawlikowski zanja cualquier duda, porque acepta el desgarro dramático y lo deja claro: es una película para dos y no hay más camino.
El de Wiktor y la joven Zula (Joanna Kulig), bonita, cantante y una bailarina reclutada para esa academia que se levanta en edificios enormes, fríos y de pocas comodidades.
Zula no es de la mejores, pero se las arregla para ser elegida, porque conoce el arte de la manipulación, que en esos tiempos terribles, sin duda, es un don.
Wiktor lo sabe, pero no le importa demasiado, porque hay una razón formidable que dirá un par de veces: es la mujer de su vida.
En rigor hay un tercer personaje, se llama Kaczmarek (Borys Szyc), y es el gerente administrativo de la Academia Mazurek y el mejor representante de lo que está creciendo, alimentándose y formándose: una dictadura y el contexto de la historia de amor.
Es un período donde todo se administra -confesiones, lealtad y sentimientos- porque Zula, antes que Wiktor, lo tiene claro desde siempre: es una sobreviviente y su deber es mantener esa condición. Respirar, convertirse en esposa y quizás en madre, también en buena ciudadana y lo de ser feliz, probablemente, es pedir demasiado.
Wiktor es director de orquesta, pianista y un polaco valeroso y talentoso, que quedó santificado o maldito, porque todo depende, con ese primer y único mandamiento que guía sus pasos: la mujer de su vida.
El magnífico blanco y negro de la película, del director de fotografía Lukasz Zal, cambia en sus tonos y contrastes, porque las épocas se mueven lenta e imperceptiblemente, y así es como cambian las dictaduras y también las personas. Incluso la estética del cine en blanco y negro, que a veces será la Nueva Ola francesa y en ocasiones la dureza pétrea y seca que viene del Este.
Este es el cuento de Wiktor y Zula, sometido a los vientos de la historia, en lo personal y bajo una dictadura. Hay amantes que logran separar esos caminos. Otros, en cambio, realmente no pueden.
"Zimna Wojna". Polonia-Reino Unido-Francia. 2018. Director: Pawel Pawlikowski. Con Joanna Kulig, Tomasz Kot, Borys Szyc. 88 minutos. Mayores de 14 años.