Este es el octavo largo de Alfonso Cuarón, que es más o menos lo mismo que decir que es su octavo exitazo, con la sola excepción de La princesita , la versión de la novela de Frances Hodgson Burnett que apenas alcanzó a su presupuesto. De las demás, ni hablar: Y tu mamá también , Harry Potter y el prisionero de Azkabán , Gravedad ...
Además, Cuarón es aquí lo que los franceses llamarían un auteur total : guionista, fotógrafo, comontajista, coproductor y director. Ninguno de los procesos capitales del cine ha escapado a su control. Es probable que solo de esa manera haya podido construir una visión tan agudamente autobiográfica del México de los 70, con un personaje central, la doméstica Cleo (Yalitza Aparicio), que se lleva una simpatía sin dobleces. Más que la del barrio Roma, esta es la historia de Cleo dentro de la familia formada por Sofía (Marina de Tavira) y sus cuatro hijos. Es una historia conmovida y conmovedora, desde luego, que fija la vista en la mansa servidumbre de Cleo, su pertenencia y exclusión de la familia, su callada penuria ante el abuso machista, su discriminación como indígena, su cariño por los niños ajenos, en fin, todo aquello que merece ser revisado con tristeza medio siglo después. Por detrás, en sordina, pasa el México tormentoso de la era Echeverría, cínica y violenta.
El signo lingüístico central de Roma es la panorámica horizontal. Estas panorámicas tienen algo curioso: avanzan con certeza, algo más rápido que los personajes, como si la cámara supiera dónde van o los empujara hacia allá. Esto no es insignificante: si toda posición de la cámara es un acto ético, la de Cuarón entraña el de un determinismo sobre esas vidas, una falta de autonomía similar a la fatalidad.
Es una película horizontal -como lo subraya el formato de 65 mm-, aunque de una horizontalidad calculada, cerebral, que obtiene momentos brillantes -el recorrido de los niños por una ruidosa calle céntrica-, instantes sobresignificados -el matrimonio que se celebra mientras la madre acaba de informar de su separación- o metáforas simplemente ruinosas -el ataque de sicarios cuando Cleo busca una cuna-.
Cuarón utiliza estrategias neorrealistas -blanco y negro, actores no profesionales- para hacer lo contrario del neorrealismo: Roma es una construcción tan perfectamente diseñada como Gravedad y de ejecución tan virtuosa como Hijos del hombre . Es difícil no sentir un aire de moral enrarecida en ese roce entre planos tan cuidados. Quizá sea antipático decir esto de una película que en su superficie puede ser tan cautivadora, pero siempre que entra en la pantalla una pobreza así de patética, vale la pena encender las luces del escepticismo y leer lo que dicen las imágenes, no solo lo que resulta estridente.
ROMADirección: Alfonso Cuarón.
Con: Yalitza Aparicio, Marina de Tavira, Diego Cortina, Carlos Peralta.
135 minutos.