Después de pasar dos meses mirando la política por el espejo retrovisor (los 45 años del golpe y los 30 del plebiscito), el debate político está tentado de mirar en exceso por el vidrio lateral y pasarse discutiendo si se nos viene o no el Bolsonaro chileno.
Para la derecha, eso abre una grieta no menor en la coalición y mete ruido al Gobierno. Errores políticos como el viaje de Van Rysselberghe lo alientan. Sin embargo, la distracción también puede ser dañina para la centroizquierda, en cuanto la concentra en una amenaza muy cercana y le evita enfocarse en las que sí están a la vuelta de la esquina.
Es cierto que allá y aquí los dirigentes políticos están desprestigiados, pero aquí no se dan los niveles de corrupción, violencia o migración que permiten explicar el surgimiento de liderazgos autoritarios, personalistas, nacionalistas y populistas, como el de Bolsonaro. No me parece, al menos por ahora, que el peligro de la centroizquierda (y del país, por cierto) sea el surgimiento de un liderazgo así en Chile.
Un riesgo más probable para la centroizquierda parece ser el de sucesivos gobiernos de derecha, como podrían venir encabezados por Lavín, Moreno u Ossandón.
La mirada por el espejo retrovisor puede haber ayudado a la centroizquierda a reanimar a sus propios fieles. Aquella del espejo lateral puede ayudarle a desordenar al adversario; pero no me parece que ni lo uno ni lo otro hayan traído agua al molino del centro o de la izquierda. Y es que los pozos de esos dos molinos están harto secos y amenazan con secarse aún más.
Me parece que lo que provoca la sequía es que no se muestra un norte claro, en cuyo derrotero sea entusiasmante sumarse a la marcha.
La Nueva Mayoría no fue solo una orgánica, la de la Concertación más el PC; fue también un estilo y un proyecto. Entusiasmó a una mayoría porque prometió enfrentar la desigualdad. Sin embargo, los sueños de igualdad poco tenían que ver con sacar de raíz el modelo neoliberal o con restar oportunidades a la clase media emergente, que quedaron simbolizadas en las frases de la retroexcavadora y los patines, respectivamente. Esas interpretaciones del sueño de igualdad poco tenían que ver con proyectos caricaturizados en esos símbolos. Cuando la gente percibió esos símbolos (siempre se entiende en parte, pero eso no quiere decir que el problema sea de comunicación), la Nueva Mayoría dejó de ser mayoría.
Ahora, Lavín y sus mensajes de igual dignidad y el ministro Moreno, con su atención en los vulnerables, amenazan con provocar la adhesión de más de alguno de los que votaron por Bachelet con las esperanzas puestas en la igualdad.
Además del espejo retrovisor y del vidrio lateral, hay otro artefacto en la sala de máquinas de la centroizquierda. Es un espejo de cuerpo entero. Mirarlo requiere de realismo y de coraje, pues la imagen que reflejará no es precisamente bella. Habrá que explicarse por qué hace 5 años se pudo representar a una mayoría y qué es lo que se hizo tan mal para perderla. Ese ejercicio no tiene por qué ser ruidoso. No se trata de autoflagelarse en las plazas. El desafío es emerger con un proyecto y un lenguaje distintos a los que tuvo la Nueva Mayoría, pues esos no concitaron apoyo mayoritario.
El problema de la centroizquierda no es de coaliciones. Ciertamente, los pactos electorales pueden ser decisivos en las posiciones de poder que se logren o se pierdan. Con todo, si la Nueva Mayoría ya no existe, no es porque haya fricciones entre quienes fueron socios. Las fricciones y la desunión se deben a que no hay un proyecto político que aglutine.
Como oposición, se será más o menos popular según los errores que cometa el Gobierno; pero una cosa es ser oposición con más o menos poder y otra diversa es ser alternativa de gobierno.
Para ser alternativa de gobierno, la actual oposición necesita tener el valor de mirarse al espejo, explicarse sus errores recientes y cambiar su discurso. Conversar de Bolsonaro no ayuda mucho a eso.