Dos noticias importantes corren el riesgo de quedar rezagadas del debate público al ser dadas a conocer durante el paréntesis del 18. Primero, que Chile sigue encabezando el Índice de Desarrollo Humano en la región, según el PNUD. Pero la segunda noticia parece desmentir a la primera: solo el 6,4 por ciento de los integrantes de los directorios de las empresas más grandes del país son mujeres, según un reciente estudio de ComunidadMujer y Virtus Partners.
Podrá decirse que los directorios no son el único indicador de igualdad de género, pero sabemos que los techos de cemento están, entre otros lugares, en las grandes compañías, que tienen a muchas mujeres en la base de la pirámide laboral, pero a las que se les hace prácticamente imposible llegar a los cargos de mayor toma de decisión. Y la cifra del 6 por ciento ni siquiera va avanzando con lentitud, simplemente está estancada.
Es extraño cómo dialogan estas dos noticias, especialmente en este año 2018, en que como nunca la agenda de reivindicaciones por la equidad de género ha estado en primera plana. El punto es que es imposible pensar en tener un verdadero desarrollo humano dejando de lado el completo potencial de la mayoría de quienes habitan Chile. El mismo informe del PNUD que nos felicita por las luces muestra la sombra: una desigualdad de género 2,3 veces mayor que la de países de muy alto desarrollo humano. El PIB per cápita estimado en Chile para los hombres es de 28.809 dólares, mientras que para las mujeres es de 15.137.
Esos 13 mil dólares de diferencia se explican por muchas causas, pero sin duda la brecha salarial y el nulo acceso a los cargos de mayor remuneración son algunas de ellas.
¿Cómo se sale de esta situación que nos avergüenza, sin tener que esperar décadas? Apurando el tranco con medidas de acción afirmativa y poniéndolo como una prioridad nacional, con plazos urgentes. La muy buena experiencia del Sistema de Empresas Públicas (SEP) arroja un claro camino a seguir. Diseñado e implementado durante el gobierno de la ex Presidenta Bachelet -y mantenido en el actual-, fijó una cuota de 40% en sus directorios. Esto permitió que muchas nuevas mujeres ingresaran con éxito y, de hecho, el índice actual es de 42,1 por ciento. La continuidad de esta medida en dos gobiernos de distinto signo explica por sí sola lo acertada que fue, y también revela que este no es un problema de escasez de mujeres aptas o disponibles para las más altas responsabilidades, sino de voluntad de las autoridades, sean políticas, empresariales o de otras instituciones, de cambiar la realidad con determinación y no con bonitas -y a esta altura bastante vacías- palabras.
Los trece mil dólares que faltan no se deben a limitaciones de las mujeres, sino a un sistema de elección o selección de los cargos de poder que requiere urgente renovación.