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Editorial
Miércoles 19 de septiembre de 2018
El suicidio del Presidente Balmaceda
Alejandro San Francisco: "En el primer momento, su muerte reanimó los odios contra "el dictador".
Un día como hoy, el 19 de septiembre de 1891, el Presidente José Manuel Balmaceda puso fin a sus días con un disparo en la cabeza, semanas después de haber sido derrotado en la guerra civil. El 1 de agosto de ese año, el representante francés Henri de Bacourt le había manifestado: "Le quedan seis semanas en el poder; Ud. desea una batalla. ¿Asumirá Ud. la responsabilidad de semejante carnicería? ¿No le conviene más buscar puntos de conciliación?".
Ya era demasiado tarde: el odio político, la irrupción de los militares como actores decisivos en el conflicto, la incapacidad o falta de convicción para resolver el asunto por las vías del derecho, desembocaron en una cruenta guerra que se resolvió en las batallas de Concón y Placilla. Tras ellas, Balmaceda se asiló en la legación de Argentina en Chile, donde permaneció sus últimas semanas, escribiendo sus últimas cartas y reflexionando sobre qué hacer.
El ex Presidente desechó la idea de entregarse para ser juzgado: "Quise ponerme a disposición de la Junta -le expresó a su madre en una carta-, pero he visto que eso sería entregarme brutalmente, para que vejen mi nombre y me infieran todo género de humillaciones". Tampoco podía huir, porque "la evasión choca y repugna a la dignidad de mis antecedentes". Finalmente, optó por "el sacrificio", como le mencionó al diplomático José de Uriburu, que lo había asilado: pensaba que poniendo fin a su vida aliviaría "a mis amigos de las persecuciones".
Escribió otras cartas importantes. A sus hermanos expresó: "Velen por mis hijos y vivan unidos. Después vendrá la justicia histórica", tarea que debía comenzar su ministro y alter ego , Julio Bañados Espinosa, a quien encargó: "Escriba, de la administración que juntos hemos hecho, la historia verdadera". En 1894 aparecieron los dos tomos de "Balmaceda, su gobierno y la revolución de 1891". Con ello comenzaba a ganar la batalla de la memoria y la recuperación de la figura de Balmaceda.
Es necesario recordar unas palabras a Emilia Toro, su mujer, refiriéndose a sus hijos: "Que todos sean buenos cristianos. Que obren siempre con moderación y no ofendan, ni hablen mal de nadie. Que olviden las ofensas de mis enemigos". Era todo un símbolo, un escalón en el camino hacia la reconciliación chilena, lograda en poco tiempo gracias a la cultura política de la época, junto al gobierno de Jorge Montt y un régimen inclusivo, a las leyes de amnistía y las posturas de los partidos.
Sin generar piedad, en el primer momento la muerte de Balmaceda reanimó los odios contra "el dictador". Lo esperan "la infamia eterna, el dolor sin esperanzas", aseguró el periódico popular El Chileno, agregando: "Desgraciado, más le valiera no haber nacido". El Porvenir estaba seguro de que "no encontró mejor manera de aliviarse que arrojando lejos de sí el peso de la propia vida". La Libertad Electoral dijo que "la paz y la indulgencia son imposibles para los hombres que merecieron por sus acciones la condenación unánime de sus contemporáneos, y que merecerán también la condenación inexorable de la posteridad".
El representante británico John Gordon Kennedy -agudo observador del conflicto- expresó que "nadie aparentemente expresó compasión o pesar por la muerte de un hombre que por más de veinte años había sido un político distinguido en Chile".
Era el dramático fin de una gran crisis nacional.