He vuelto a leer a los viejos estoicos griegos por estos días. Ese "retorno" a esas antiguas fuentes se lo debo en primer lugar a Pierre Hadot, el ilustre pensador francés que acuñara la idea de la filosofía como "ejercicio espiritual". Sus artículos y libros sobre Marco Aurelio, el joven emperador romano y filósofo estoico, y su edición de las obras de Epicteto son un claro ejemplo de cómo se puede hacer libros de "autoayuda" de gran nivel sin caer en el facilismo del así llamado "mercado del consuelo". Antes se hacía filosofía para ayudarnos a vivir mejor, hoy para escribir un
paper o postular a un doctorado, dentro de la demencial "carrera académica" que ha devastado por dentro el humanismo y las universidades. Cuando la filosofía dejó de cumplir ese rol de "acompañamiento" y consolación de la vida de las personas, el lugar vacío lo ocuparon las religiones y hoy la autoayuda.
También la visita en estos días a Chile del monje benedictino Anselm Grün, quien ha abierto un interesante diálogo entre espiritualidad, mística y psicoterapia, vuelve a traer a los estoicos a escena. Grün afirma que ellos fueron un fermento muy importante para los primeros padres de la Iglesia, una iglesia que necesita reencontrarse desesperadamente con sus orígenes. El estoicismo, entonces, sigue vivo y no es una corriente más, periclitada, de un museo de la filosofía del pasado.
Leo a Epicteto, el esclavo que fuera maltratado por su señor hasta el punto de provocarle una cojera, el esclavo que se convirtiera en "señor" de sí mismo y maestro de muchos jóvenes que peregrinaban para ir a escucharlo. Lo leo y me parece de una actualidad deslumbrante. El que se haya dejado de estudiar a los clásicos griegos y latinos es una pérdida inmensa para la educación y la cultura. La educación de hoy, volcada a los resultados y la acumulación de información y que no se esmera en entregarles herramientas para el autoconocimiento a los jóvenes, deja a estos expuestos a los peores demonios interiores, a la soledad y el sinsentido.
Los estoicos hablaban del
autós, algo así como el verdadero ser interior que está dentro nuestro, una suerte de refugio, adonde nos encontramos con nuestro "yo" verdadero, no nuestro "ego", liberados de las máscaras, los roles sociales, las expectativas que los otros tienen de nosotros y nosotros de nosotros mismos, una fortaleza inaccesible donde reinan la libertad, la ataraxia (imperturbabilidad), la apatheia (impasibilidad), y la euroia (la felicidad o el rico fluir de la existencia). Si nos conectamos con nuestro
autós, nada nos puede hacer daño.
Epicteto decía provocadoramente que "nadie puede ser herido sino por sí mismo". Claro que podemos ser víctimas de abusos, heridas, dolores extremos, agresiones y enfermedades, pero la tarea de nuestra existencia es cómo convertir esas heridas en perlas. Nuestros males se deben a los "dogmas", las falsas ideas que nos hacemos de las cosas, personas y de nosotros mismos. El enemigo lo tenemos adentro: nuestros miedos y mentiras que nos impiden florecer y disfrutar de la euroia , el delicioso fluir de la vida. ¿Pero quién nos enseña a volver en estos días a nuestro
autós, nuestro reino interior? Hoy, más que nunca, parecemos completamente volcados y vaciados hacia fuera, ahí vagamos como zombis, buscando el consuelo donde no está: en el mundo exterior. Llenos de dispositivos electrónicos que nos generan la ilusión de estar expresando y comunicando nuestro "yo", cuando en realidad lo que estamos hiperventilando es nuestro ego narcisista, pero alejándonos cada vez más de nuestro
autós. Recomiendo leer "Manual para una vida feliz", de Epicteto, o las "Meditaciones", de Marco Aurelio. Los maestros estoicos tienen mucho que decirnos hoy. Estos viejos "niños" griegos están más jóvenes que nunca y nuestro mundo "nuevo" -que ha descuidado la interioridad del hombre- se ve cada día más viejo, cansado y extraviado.