Aunque apoyo con convicción la causa feminista, reconozco que en mi vida me han discriminado más por ser periodista que por ser mujer. Es muy probable que se deba a que en el mundo de las revistas, que ha sido mi espacio profesional, he trabajado en redacciones principalmente femeninas y siempre bajo el liderazgo de mujeres inteligentes y comprometidas. Sin embargo, en distintas industrias me he encontrado con que mi profesión -la que elegí cuando mi puntaje en la entonces PAA me permitía entrar a cualquier carrera- es vista desde otras disciplinas como un oficio. Más bien operativo, más bien liviano. Un ejemplo: hace algún tiempo me ofrecieron un cargo de alta responsabilidad en un área de comunicaciones y respondí que la oferta de renta me parecía baja respecto del mercado. La respuesta fue: "Otra cosa sería si fueras abogado". ¿Cómo? ¿Mismo trabajo, mismas metas, pero distinto sueldo según la profesión de origen? Una lógica que en países desarrollados sería insostenible.
Sí, el periodista es poco valorado en Chile, a diferencia del primer mundo, donde esta es considerada una actividad prestigiosa. Los papeles del Pentágono, Watergate, la investigación sobre abusos sexuales en la Iglesia de Boston o, más recientemente, esa hazaña de trabajo colaborativo que fue Panama Papers, sitúan al periodismo de calidad como el factor que desenmascara la corrupción y las malas prácticas, saca a la luz la verdad y visibiliza injusticias. El periodismo ha sido y es clave en la salud de la democracia.
En Chile también se hace mucho en esta línea. Karadima, el drama del Sename y Caval, por mencionar solo los casos que nos ocupan en estos días, son fruto de profesionales que dedican mucho tiempo y energías a seguir temas de difícil acceso, testimonios que requieren de arduo contraste y montañas de documentos técnicos.
Este trabajo no solo se aboca a desenmarañar hilos ocultos en el poder; también explica, interpreta y contextualiza. Las redes sociales convocan, viralizan y mueven pasiones, pero solo el periodismo de calidad -también el que se aloja en el mundo digital- es capaz de vincular y hacer dialogar a todas las voces para dimensionar el cambio y develarlo. Sin una prensa de excelencia no hay manera de separar lo anecdótico de lo relevante, y dar sentido a los hechos y las historias que surgen fragmentadas, aleatorias e inconexas en la realidad.
Justamente en medio del tsunami de datos que arrojan las redes sociales, cuando campean las noticias falsas y la posverdad, el periodismo se hace más necesario que nunca. Claro, sigue vigente la pregunta sobre quién debe financiarlo, y ese nuevo modelo de negocios es un desafío pendiente aún en Chile, pero las plataformas digitales han transmitido la idea ilusoria de que es posible contar con información valiosa en forma gratuita. Los recientes escándalos sobre las fake news que incidieron en las victorias de Trump y del Brexit demuestran que lo gratuito tiene un costo altísimo, y ese costo lo está pagando, gracias a la globalización, todo el planeta.
Así es que, con la misma pasión con que respaldo la igualdad entre hombres y mujeres para mi país, invito a que sumemos a las reivindicaciones actuales la demanda por una mejor valoración social del periodismo de calidad.
Constanza López