La democracia es el sistema institucional que permite trasformar las voluntades individuales de una comunidad en decisiones públicas. Para ello se requieren autoridades ejecutivas y legislativas calificadas, designadas por elecciones libres e informadas, y cercanía y disposición de estas para recoger aquellas voluntades que expresan diversas necesidades, procesarlas, jerarquizarlas y transformarlas en iniciativas y decisiones públicas, técnicamente posibles y eficientes, que sean coherentes con el bien común.
En el sistema juegan una función esencial la historia y la cultura de un país, que son sus raíces; los ciudadanos que participan con su derecho a voto y los partidos políticos, que son las entidades, reguladas por la ley que deben auscultar y orientar a la población y congregar a aquellos de ideas afines para que, confrontadas estas con otras, en un debate culto y civilizado, encuentren en él su fortaleza. Ellos deben analizar las situaciones y problemas, formular sus diagnósticos y difundirlos proyectando su visión del destino del país, para orientar a la población y para que los legisladores puedan transformarlos en decisiones públicas. Fue así como en el pasado consolidaron la República.
Los partidos deben constituir, así, la herramienta indispensable del debate, porque deben ser capaces de definir las alternativas y jerarquizarlas a fin de que, en el Congreso, postuladas por el Gobierno o por los propios partidos, ordenadamente, según su acierto técnico, urgencia y prioridad, se encuentren los acuerdos necesarios o se diriman los disensos en votaciones por las mayorías respectivas. Los legisladores son personas elegidas periódicamente, de manera que los ciudadanos tienen un control y fiscalización sobre ellos para que las ideas y problemas que plantean, si apuntan al bien común, sean tomadas en consideración con la debida presteza. La población, a su vez, debería poder obtener conocimientos e instrucción de parte de los partidos y buscar participar en su organización para influir en ellos.
Si se produce un fuerte distanciamiento entre estos y aquella, o se transforman irresponsablemente en parcelas de reparto de regalías ilegítimas que capturan la independencia y libertad de sus dirigentes, como hoy ocurre, su importancia declina con graves daños para el país, ya que se genera, como lo vemos, una insólita abstención del voto ciudadano que da lugar al surgimiento de las inorgánicas y violentas manifestaciones alternativas, sin disciplina, ni racionalidad, ni orientación jerarquizadora.
Estas situaciones se tornan más difíciles, sobre todo, cuando tras períodos relativamente prolongados de crecimiento sostenido que han "empoderado", con justicia, a las clases emergentes, hay un decaimiento de estas instituciones. En tales casos, el único modo de jerarquizar el debate, resolver los problemas y preservar la subsistencia de la democracia y la institucionalidad, es la urgente modernización de los partidos políticos, la remoción de sus decadentes hábitos, la emergencia de un honesto y transparente esfuerzo por difundir la nobleza de sus funciones y la laboriosa apertura de espacios de formación ciudadana, sobre todo para la juventud. Hoy, esta ni siquiera lee los diarios.
Y en cuanto al problema de fondo, uno de los creadores de la Economía Social de Mercado, Wilhelm Röpke, daba su voz de alerta en Civitas Humana, en 1944: "Una organización de la competencia auténtica, justa, de juego limpio y que funcione bien, no puede existir en realidad sin un límite jurídico-moral bien meditado y sin una vigilancia permanente de las condiciones en que debe realizarse, para ser una verdadera competencia. Esto supone un conocimiento económico maduro de todos los responsables y un Estado tan fuerte como imparcial...", y agregaba: "Puesto que en nombre de la verdadera economía de mercado nos hemos vuelto contra el monopolismo, la concentración y el capitalismo colosal, y en nombre de una economía positiva, guiada por la razón y el humanitarismo, nos hemos pronunciado por una mitigación de las crudezas y fricciones en beneficio de los más débiles..." concluimos nosotros, no pueden entonces quedarse los dirigentes enredados en las pugnas estériles en que los hemos venido viendo desde hace ya tanto tiempo; si no actúan con responsabilidad, surge la calle, y en tales condiciones la política pierde su eficacia.
Son varios millones de jóvenes los que deben convertirse en ciudadanos, y los signos de urgencia no pueden ser ya más claros si queremos hacer justicia, buscar el desarrollo y preservar el régimen democrático.
Miguel Luis Amunátegui M.