En las fotos y videos que circulan de Philip Roth es difícil verlo sonreír. Los ensayos y las entrevistas que dio en su vida lo confirman como un escritor serio, absolutamente obsesionado con su escritura y la del resto. A pesar de esa visible seriedad, Philip Roth debutó como un autor cómico. Quizás lo mejor de él, esa propensión a la exageración delirante y la construcción de monstruos, sentimentales o no, está en su capacidad para la comedia. Una comedia que de alguna forma se combinaba a la perfección con esa seriedad de ermitaño que solía aislarse en cabañas en el bosque para escribir una y otra vez sobre Newark, el barrio en el que fue un niño judío en plenos años 40, cuando al otro lado del mar ya era imposible ser niño y ser judío.
Philip Roth se sabía americano, tanto o más que sus compañeros de colegio. Pero sabía que era otra cosa rara y milenaria, el pueblo judío. Sus novelas trasladan al sexo, unas de sus obsesiones más persistentes, esta extrañeza. Sus personajes, casi siempre hombres en último grado de neurosis, desmontan a través de la exageración de sus pasiones, las mentiras y semiverdades de la historia americana de los últimos 50 años.
Su visión frágil y contradictoria de la masculinidad, una masculinidad en crisis terminal que nadie entendió mejor, siempre fue una manera de hablar de política, otra de sus obsesiones más persistentes. Es imposible entender a Reagan, a Clinton y a Trump sin seguir las peripecias de Zuckerman, que fue algo más que su
alter ego.
En muchos sentidos, Roth fue el último de los herederos de Balzac. Como él, quiso abarcar toda una sociedad, un mundo, su mundo. Pero es un Balzac que se encontró de bruces con Freud y supo que el deseo no dice lo que sabe y no sabe lo que dice.
El profesor del deseo que Roth fue no podía ser políticamente correcto, porque toda su obra se basaba en confesar lo inconfesable y en entender lo inentendible sin perdonar ni juzgar, sino simplemente mostrando. Como el humorista consumado que fue, coleccionaba las deformidades y complejidades humanas con placer único, el de Sabbath, su personaje más deleznable y más querible.
Ironía de la parca. Justo el año en que el Nobel no se entregará por el rumor de los escándalos sexuales en la Academia Sueca, muere Roth, que no recibió el premio acusado de respaldar la misoginia de sus personajes. Quizás ese premio que no se dará porque una académica sueca se casó con uno de esos personajes de Roth, le pertenece a él y solo a él. Este año al menos celebraré como una victoria poética ese Nobel fantasma que sin ninguna duda se llevará con sus alucinadas novelas el fantasma de Philip Roth a casa.