En una extensa primera parte de esta película, todos saben lo que está ocurriendo, excepto el espectador. Esa desorientación que siempre acompaña al espectador durante los primeros segundos de una película -¿qué está sucediendo?- se prolonga aquí por casi una hora. Es extraño saber tanto menos que los personajes durante tanto tiempo; pero no es nuevo: hay guionistas que confían en esta modalidad como una manera de mantener la tensión.
El relato parte con el magnífico discurso de un rabino que incita a reflexionar acerca del misterio de la humanidad antes de caer fulminado por un ataque. Se trata de un prefacio vibrante, que hace pensar en grandes dimensiones. Lo que sigue es la llegada a Londres de la hija del rabino, Ronit Krushka (Rachel Weisz), que viene a participar en el funeral de un padre al que dejó de ver por mucho tiempo. A la cabeza de las exequias está el probable sucesor de este maestro de la ortodoxia, Dovid Kuperman (Alessandro Nivola), que se ha casado con Esti (Rachel McAdams). Los tres han sido amigos íntimos antes de que Ronit se marchara a Nueva York para convertirse en una fotógrafa cosmopolita.
Lo que ha sucedido en el pasado se va develando paulatinamente durante esta primera hora. En el presente, Ronit enfrenta el conflicto de una reconciliación ya imposible con su padre muerto. Esti, el de un matrimonio que no ha deseado. Y Dovid, el de dirigir una comunidad estricta y severa, con la sombra de un líder superior.
Sebastián Lelio dirigió esta película después del triunfo internacional de
Gloria y antes del resonante Oscar de
Una mujer fantástica. Lo hizo con un equipo diferente, en Inglaterra y a partir de la novela superventas de Naomi Alderman, una de las autoras más exitosas de la escena inglesa. Con estas condicionantes, logró sin embargo retomar algunos de los temas más fuertes de sus primeras películas, los que configuran su universo personal: la constitución de la familia como un espacio opresivo, el peso tiránico de la moral religiosa, la búsqueda de la liberación por medio de la transgresión.
El resultado está por debajo de sus últimas cintas. Como efecto de su propia estrategia narrativa, el relato pierde fuerza en toda la segunda mitad y deriva hacia un desenlace contradictorio con el dramatismo inicial, hasta el punto de que la propia transgresión (la "desobediencia") adquiere un aire complaciente. Lelio es capaz de crear formas e imágenes poderosas -como la del prefacio-, pero a menudo vacila y las pierde si carece de un soporte narrativo fuerte, como el que tenía, por ejemplo, en
Gloria.
Sin embargo, esto significa poco para su carrera: ya está instalado en la escena internacional, y no saldrá de ella solo por una película más frágil.