"Para poder escribir así, primero hay que haber vivido así". La frase es de Herman Hesse y se refiere a sus cuentos. Se trata de una declaración de tipo confesional sobre estos relatos. Concebidos a lo largo de su extensa carrera, ocupan seis tomos de sus obras completas y parece haber recurrido a este género para aquellos hechos en los que se sentía personalmente comprometido. Y muchos de los oficios de sus héroes fueron ejercidos por Hesse a lo largo de los años mozos. Tal origen explica la impresión tan vívida que ejercen en el lector. Como toda la producción literaria de Hesse -
Demian,
Siddharta o
Narciso y Goldmundo-, destacan por la agudeza psicológica y el lirismo contenido; sin embargo, a diferencia de esos títulos, aquí sorprenden el sentido del humor y las paradojas. La reciente selección, efectuada por Ariel Magnus, ofrece un Hesse hasta cierto punto desconocido o quizá menos frecuentado. En este ejemplar, el segundo premio Nobel alemán (después de Thomas Mann) se nos presenta en forma fresca y cercana, capaz de encontrar la palabra justa, la que es precisa y mágica al mismo tiempo.
Esta identidad entre experiencia y literatura es la que produce la calidad de sus relatos, la mayoría de ellos relacionados con la infancia del autor en el pueblo lacustre de Calw, transmutado aquí en Gebersau, designación derivada de las curtiembres, por esa época la manufactura principal de la pequeña y variopinta población. Este regionalismo estaba lejos de ser chovinista: para Hesse, su aldea natal era "un prototipo y arquetipo de todas las patrias y destinos humanos". Una muestra de ello es "Parodia suaba", en la que satiriza un volumen local, y en la misma línea se podría situar "La ciudad turística del sur", que ya adelanta, en 1925, ese monstruo aún en ciernes que es la industria de viajes. Y así como no eligió el escenario donde le tocó pasar sus días iniciales, Hesse adscribió durante toda su vida a una suerte de determinismo en relación a los temas de sus narraciones. Según él, nunca buscaba sus historias, sino que ellas le llegaban por sí solas, razón por la cual se negó a aceptar la composición de ficciones por encargo. Erika Mann, la hija de Thomas, le preguntó cuál era la relación entre realidad y artificio en "La primera aventura", y Hesse le respondió: "Solo las personas están cambiadas: no fue la dama protagónica la que me hizo avances, sino otra mujer, a la que yo no amaba".
Entre las ocupaciones que Hesse practicó con la idea de asegurarse un sustento estuvo la de cerrajero, y posteriormente trabajó en una fábrica de relojes de torre: "Un inventor" pertenece al pequeño grupo de episodios en el que el hijo de un teólogo, destinado a la universidad, opta por ser aprendiz de una labor manual y recrea sus vivencias en medio de la clase obrera. Más tarde y más cerca de sus inclinaciones, Hesse ejerció de librero en Basilea, en un sitio que definiría como un "asilo para descarriados de todo tipo". A este período corresponden "Víctimas del amor" y "El Novalis"; junto con publicar sus propios textos, Hesse empezó a analizar libros y la primera reseña fue un comentario a Novalis. Ya en la madurez, el artista germano se nutre de su vasta experiencia con revistas, diarios y editoriales para concebir "De la correspondencia de un autor", donde lo único inventado resultan ser los nombres propios: incluso son auténticos el pedido del redactor para que Hesse se cambie el apellido por uno más extravagante y el chantaje de un colega que lo acusa de plagio para que realice una buena crítica acerca de él.
"La velada literaria" tuvo lugar el 22 de abril de 1922 en Saarbrücken y "todo es absolutamente cierto", expresó Hesse en 1957. Y aunque no haga falta saber que "Conversación en el hogar" surgió de una estufa que Hesse utilizó para sobrevivir al duro invierno alpino, otros episodios podrían perder densidad si no se conoce su trasfondo biográfico. Así, "La despedida" refleja un incidente en la adolescencia del literato que lo dejó al borde de la ceguera: en 1902, debido a fuertes dolores en los ojos, tuvo que someterse a una operación que empeoró las cosas; en adelante, sufrió calambres y neuralgias en la sección superior de la cara que, una y otra vez, lo obligaban a postrarse semanas o meses sin poder leer ni escribir. Por lo tanto, la imposibilidad de ver estaba lejos de ser una fantasía y era un miedo muy cercano.
Llamativamente, algunos de los trabajos no autobiográficos de la presente compilación fueron también los que salieron con seudónimos. Debido a sus llamados a la unidad de los pueblos durante la Primera Guerra Mundial, Hesse sufrió la acusación de apátrida y decidió emplear otro nombre, en parte para evitarse más ataques, en parte también para que desde Alemania no le quitaran su puesto en una organización de ayuda a los prisioneros, que incluía la impresión de periódicos y clásicos de las letras europeas. Hesse se sentía muy bien en este segundo plano, como lo demuestra además el hecho de que prefiriese que su retrato no apareciera en ninguna parte de las novelas que hizo editar.
De modo que el estrecho vínculo entre el hombre que fue Herman Hesse y lo que imaginó es evidente en esta antología. No obstante, persiste un enigma que rodea al personaje y sus creaciones. ¿Por qué fue tan leído, comentado y estudiado hace un par de generaciones, fervorosamente seguido por la juventud, y en el presente parece casi una pieza de museo? Ojalá que estos
Cuentos selectos disipen tal injusticia.