"Dar un testimonio sobre sus asombrosas capacidades no es fácil. Desde Franz Liszt casi no ha habido otro precoz pianista igual al chileno Claudio Arrau, quien sobresale por su fenomenal aplicación y maravillosa perseverancia. A él nada le es imposible; aprende en horas aquello que otros demoran años, con una técnica que abarca todo a primera vista".

Estos elogiosos conceptos llegaban desde Berlín, el 23 de abril de 1918, en un documento firmado por Martin Krause, profesor del Conservatorio Stern. "El Mercurio" los reprodujo gracias a la gestión de Miguel Cruchaga, ministro plenipotenciario de Chile en esa ciudad, cuando quiso dar a conocer los éxitos obtenidos por el ejecutante, de solo 15 años, en Alemania. Se leía que sus progresos eran notables. "El perfeccionamiento que ha alcanzado en su arte no puede ser más satisfactorio. Sus condiciones sobresalientes ya son muy distinguidas en Berlín", continuaba el maestro germano. Asimismo, insistía en la importancia de otorgarle a su pupilo facilidades cada vez mayores para que pudiera alcanzar su máximo potencial. De hecho, contaba con el apoyo de la beca que el gobierno del Presidente Pedro Montt le había entregado para continuar sus estudios en Alemania.

Su temprana genialidad despuntó a los tres años, quizás mientras miraba a su mamá dar clases de piano para generar el sustento familiar. Con cinco, ofreció su primer recital en Chillán y, a los siete, se presentó en La Moneda ante las máximas autoridades del país.

Otro certificado difundido por la prensa en 1918, en tanto, correspondía al de Alexander von Fielitz, también afamado educador de la misma institución: "El genial joven demuestra extraordinarias dotes, que le han conquistado una honrosa y temprana fama artística. Le vaticino un esplendoroso porvenir". Por su parte, Krause coincidía al augurar que "Claudio Arrau llevará con el más alto brillo el nombre de Chile por el mundo". Ciertamente, no se equivocaron.