Varios dirigentes de la Democracia Cristiana, como Soledad Alvear, Gutenberg Martínez, entre otros, han señalado estar reflexionando sobre la posibilidad de renunciar a su militancia, porque la colectividad, tal como está, ha dado muestras de haberse desviado de las convicciones que la definen.
Consta que entre la primera y segunda vuelta presidencial renunciaron 111 y, al poco tiempo, siguieron otros 31. En ambos casos lo hicieron figuras prominentes y los últimos explicaron las razones. Entre las principales: que la DC -en manos de un sector claramente proclive a la Nueva Mayoría- ha perdido su identidad, sumándose a una izquierda refundacional, con dirigencia y parlamentarios que no manifiestan discrepancias con sus "políticas rupturistas", mimetizados con "intereses sectoriales y visiones dogmáticas... y voluntarismo ideológico". Además, su directiva ha favorecido "la intolerancia y la descalificación" y, en definitiva, no "representan la esencia de la doctrina humanista y cristiana". Crítica que debe rondar en la mente de camaradas de base y, para qué decir, simpatizantes.
Para un observador informado, resulta sorprendente que tanto el grupo marginado o en reflexión como el que está mimetizado con los refundacionales invoquen a los históricos lideres DC para legitimarse, sobre todo citando a Frei Montalva y Patricio Aylwin. A decir verdad, los segundos se ubican en las antípodas del historial y pensamiento de ambos. Frei, por de pronto, en declaraciones y libros de los inicios del falangismo sostenía la "imposibilidad de entendimiento con los comunistas... por el abismo doctrinal existente", y que debía enfrentarse "con el espiritualismo cristiano", aunque no compartió la idea de proscribirlos. Jamás cambió de posición. Cuando en 1969, terminando su Presidencia, enfrentó una gran crisis partidaria, al punto que el grupo llamado "rebeldes" renunció, formó el MAPU y luego integró la Unidad Popular, Frei estuvo porque se fueran y dijo a un amigo: "Las superestructuras políticas están ciegas, no tienen otro afán que el poder, un espectáculo lamentable...el país no importa".
De Aylwin se podría citar otro tanto, pero un hecho muy ilustrativo basta. Cuando el Partido Comunista, afectado por la represión sufrida en 1977, propuso congregar a toda la oposición de entonces bajo un bloque "antifascista", la DC lo rechazó y fracasó la iniciativa. El llamado actual del PC es parecido, "alianza desde la DC hasta el Frente Amplio", pero ahora hay dirigentes y parlamentarios a los que les parpadean y brillan los ojos.
Son escasos los que objetan estos "ofertones" y fijan posiciones intransables: rechazo a todo tipo de dictaduras, valor intrínseco de la democracia y los DD.HH. deben respetarse en Cuba, Venezuela y en todas partes (P. Walker). Un ex diputado que fue jefe programático de Carolina Goic y conoció la falta de apoyo parlamentario y directivo a la campaña, renunció señalando que los progresistas de la entidad solo piensan en cargos públicos y en su izquierdización: "No tengo nada que hacer en un partido con Y. Provoste, G. Silber y X. Rincón" (E. Saffirio).
Quien ha expresado bien el drama es Mariana Aylwin. Amén de representar al grupo de los "31", ha señalado que ser DC significa poseer "una cultura, una manera de mirar el mundo, de concebir la política y una forma de hacer las cosas", que si los fundadores vivieran estarían con los "31" y serían parte de la estampida.
Quienes contemplamos a la distancia y conocemos nuestra historia política, nos parece una paradoja inédita para la DC. Una catástrofe. Quienes son fieles a su identidad abandonan el partido y los "rebeldes" de hoy se lo apropian, traicionando sus principios, valores y descarriando su trayectoria. Pero hay militantes que se quedaron creyendo en "la lucha interna" para enmendar rumbos. ¿Pecarán de ilusos? ¿Estarán pensando en rescatar el partido con la misma identidad o tendrán que diluirla un tanto, dejándola "trans", como transmutada por ejemplo? Hay que "redefinirla", dijo el senador Pizarro.