El presente futbolístico de Claudio Bravo no es bueno, pero no resulta sensato cuestionar su trayectoria: 119 partidos internacionales, atajar en dos mundiales, levantar dos Copa América -ambas en definición por penales, con decisivas actuaciones del histórico arquero-, triunfar en España desde un conjunto mediano como la Real Sociedad, hasta llegar al Barcelona y luego sumarse al Manchester City de Josep Guardiola, sintetizan una campaña que ningún otro arquero nacional puede exhibir a lo largo de la historia.
Ese capital no alcanza para creerse regente de la selección chilena ni de ningún cuadro. Claudio Bravo, en su petición de llevar a Julio Rodríguez a Pinto Durán como preparador de porteros, quiso medir al nuevo cuerpo técnico, que encabeza el colombiano Reinaldo Rueda.
Con el oficio que adquirió a lo largo de 13 años en la Roja, sumando los clubes donde militó, el capitán del ciclo que naciera en 2007 con Marcelo Bielsa buscó marcar territorio. Si en algún momento, Jorge Sampaoli confidenció, en las variadas reuniones que tuvo con distintos medios en 2015, que el vestuario resultaba inmanejable, el comportamiento y conducta del golero lo refrenda.
En la etapa final de su brillante carrera, Claudio Bravo elige la peor forma de iniciar su despedida. No hay certeza, pero entre líneas el observador tiene derecho a creer que su objetivo central era no enfrentar a sus compañeros en Suecia, donde arrancará el ciclo de Rueda. Con su recorrido, sabía que ningún entrenador serio aceptaría imposiciones para conformar su equipo de colaboradores. La posibilidad de rechazar la convocatoria era un trámite.
A diferencia del ciclo anterior, donde de manera errónea Juan Antonio Pizzi, con el objetivo de llevar la fiesta en paz, aceptó todos los desplantes del meta (llegar casi en la víspera del debut en la Copa América Centenario; restarse de la doble fecha con Paraguay y Bolivia; viajar sin aviso a Barcelona desde Rumania), en esta ocasión encontró un carácter que parece no estar dispuesto a la medición de fuerzas. Rueda mantuvo la citación, a pesar de que el jugador manifestó que no estaba disponible. En la selección explican que, la semana pasada, Bravo sabía que Rodríguez no arribaría.
El gesto del nuevo seleccionador es relevante. Establece que cordialidad, buena educación, dialogar y escuchar no implica debilidad. El mensaje para el plantel es claro: nadie es más importante que la selección. El caleño pudo ir por el camino fácil: aceptar la petición del arquero, esquivar el conflicto y captar un aliado poderoso.
Optó por resguardar el principio de autoridad.
El futuro de Bravo en la Roja es incierto. El termómetro indica que si las relaciones internas estaban trizadas luego de la eliminación ante Brasil, ahora están rotas. Era necesario un cara a cara con sus compañeros y lo eludió. Su alocución en radio La Clave lo mostró disparando a la bandada, con nula auto crítica, soberbio, quedando expuesto en el grueso de sus cuestionamientos.
Bravo no será ni el primero ni el último en creerse dueño de la selección. El problema es que esta vez, la lógica de estirar la cuerda no le funcionó.