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Cartas
Viernes 23 de febrero de 2018
Liberalismo y libertad
Señor Director:
No confundo, como lo sostiene Axel Kaiser, la distinción entre la libertad como ausencia de restricciones impuestas por otros (negativa) y la libertad como autonomía para cumplir con todas las aspiraciones (positiva). Esta dicotomía de Isaiah Berlín ilustra los peligros de un Estado omnipresente que coacciona a sus ciudadanos bajo el pretexto utópico de satisfacer todas las aspiraciones sociales, cayendo fatalmente en el autoritarismo y la opresión. Con todo, otros pensadores liberales, como John N. Gray, o Gerald MacCallum, han defendido la compatibilidad de libertades positivas y negativas. En efecto, siempre se es libre para algo. Es el deseo natural de ser dueños de nuestro propio destino lo que hace razonable defender un concepto de libertad que abre espacios para la realización personal y no se queda solo con la ausencia de coacción.
Así, el núcleo central de mi crítica a Kaiser es su modelo de sociedad, donde no hay márgenes para hacer correcciones eficientes al resultado económico. Como lo sostiene Hayek en “Los principios de un orden social liberal”: “El liberalismo reconoce que hay, además, ciertos servicios que por diversas razones las fuerzas espontáneas del mercado pueden no producir o pueden producir en forma no adecuada, y que por esta razón es conveniente poner a disposición del gobierno una cantidad de recursos claramente circunscritos, con los cuales pueda prestar tales servicios a los ciudadanos en general”.
Asimismo, Adam Smith, a diferencia de lo que Kaiser dice, sí estaba consciente de que para desarrollar los talentos de aquellos individuos sin los medios materiales era un deber social crear oportunidades, ya que “ninguna sociedad puede florecer y ser feliz cuando gran parte de ella es pobre y miserable”.
Pero más allá de la discusión sobre cuán representativo se es del liberalismo clásico, el tema central es sobre cuál debe ser “nuestro” modelo de sociedad. Preguntarnos si a un niño chilote que nace en la isla Mechuque ¿debemos asegurarle un ingreso ético familiar, una prestación de salud y educación dignas, lo que requiere de algún grado de “intervención eficiente”, o solo bastaría con dejarlo a la mano de Dios, o en palabras de Kaiser, suficiente con permitirle “ser plenamente libre para ser capaz de tomar decisiones responsablemente”?
Si la respuesta es que basta lo último, entonces no hace ningún sentido tener un Ministerio de Desarrollo Social y “los pobres pueden seguir esperando”. Por cierto, dicha opción no es parte de la tradición social de la llamada Escuela de Chicago, que Kaiser alega defender, pero parece que desconoce en sus fundamentos, liderada por economistas como Knight, Friedman, Harberger, Becker y Heckman.
Carlos Williamson