Tener rabia es una respuesta normal cuando algo no sale como se esperaba. Si un niño o niña está con mucha agresividad, es señal de que algo le está sucediendo.
La agresión es una emoción vista como muy negativa y que, en general, los adultos a cargo de la educación de los niños buscamos reprimir, sin cuestionar su origen. No dejar que los niños expresen lo que les está pasando puede empobrecer su desarrollo emocional. La rabia es un mecanismo que permite ver y defenderse de las injusticias. Los niños tienen que aprender formas apropiadas de expresar su rabia, pero negarla o reprimirla no es el camino.
Los padres de Mariana (10) relatan que desde hace unos meses está de malhumor, contesta en forma insolente y pierde la paciencia con su hermano pequeño. Cuando se le llama la atención, le viene una pataleta como las que tenía a los cinco años y se encierra en su pieza dando un portazo. La han castigado sin televisión y sin videojuegos, lo que ha empeorado las cosas, haciendo que la niña se distancie emocionalmente.
Conversar con ella tranquilamente, sin inculparla, acerca de si tenía algún problema, permitió ver qué había detrás de ese comportamiento. Tras intentar negar que estuviera más irritable, la niña aceptó que estaba triste porque la habían excluido de su grupo de amigas en el colegio.
El mecanismo usado por Mariana, de vivir las penas como rabias, es bastante frecuente. Incluso en adultos se da la tendencia a encubrir frustraciones bajo la máscara de la rabia.
Que la mamá se diera el espacio para, desde la tranquilidad, averiguar cuáles eran los motivos que había detrás del aumento de agresividad en Mariana, ayudó a la niña a descomprimirse de su ansiedad, mejoró el vínculo entre ambas y le permitió buscar caminos de solución y elaborar el sentimiento de rechazo y soledad.
Engancharse en el círculo vicioso de la rabia es fácil. Aunque es normal responder a la agresión con agresión, puede ser peligroso al generarse una escalada. Si bien es difícil, es aconsejable que el adulto mantenga una actitud serena y espere a que el niño o la niña se calme, para luego buscar las causas que puedan estar detrás de su desregulación. El adulto debe apoyarlo en la búsqueda de formas no destructivas de expresar las emociones. El niño no debe negar sus emociones, pero tampoco dejarse invadir por ellas en circuitos emocionales que pueden ser muy autodestructivos.