Casi termina el verano. A partir de mañana comienzan para muchos las preocupaciones propias del año laboral. El descanso finaliza y hay que ordenar la casa. El proceso es costoso, pero de gran importancia. A nivel individual, planear y organizarse para enfrentar los desafíos que se avecinan es parte de la receta del éxito. Para la sociedad como un todo, la cosa no es muy distinta.
Cada cuatro años Chile tiene la oportunidad de sumergirse en un proceso de autoevaluación y planeación. Y es que un cambio de gobierno permite revisar prioridades, identificar logros y fracasos, proponer nuevos objetivos y las acciones para alcanzarlos. Es el momento para sacar cuentas y mirar hacia adelante. Y en materias económicas, desde el retorno de la democracia que este ejercicio nunca había sido tan necesario y relevante como en esta oportunidad.
No hace falta mucho detalle para concluir que el legado de los últimos cuatro años en lo económico deja mucho que desear. Un crecimiento promedio anual de 1,9%, merma histórica de la inversión, aumento significativo de la deuda pública, un déficit fiscal del 2,8% del PIB (el más alto desde la "gran recesión" mundial del 2009), magro crecimiento del empleo asalariado y gran expansión del público, un affaire con malas ideas (gratuidad universal de educación superior) y la ingenua creencia de que basta el adjetivo "popular" para asegurar la eficiencia de farmacias, ópticas o inmobiliarias. Y si bien la Casen 2017 nos dirá pronto qué pasó con la pobreza y la desigualdad, un sólido aumento del empleo en calle y el mayor número de familias en campamentos no son buenos augurios. ¿Habrá sido todo resultado de los vaivenes de los mercados internacionales? Por favor, no seamos ingenuos.
Entonces, la relevancia del cambio en liderazgo y la expectación frente a lo que será la agenda de los 100 primeros días del nuevo gobierno así lo demuestran. ¿Dónde poner las fichas? Ante la realidad, el plan de trabajo que se diseñe debería incluir la revisión del sistema tributario para simplificar el enredo que se hereda; cambios laborales para adecuar el mercado del trabajo a la realidad del siglo XXI; retomar la focalización del gasto social; desempolvar la regla de balance estructural; pensar en salud y pensiones no con las presiones de la próxima elección, sino con una mirada de largo plazo; implementar de una vez por todas la agenda pro productividad; proponer una legislación que ladre y muerda a quienes atentan contra la libre competencia; modernizar el Estado para asegurar su eficiencia y, por cierto, centrar la discusión educacional en los primeros años y lo que ocurre dentro de la sala.
Las expectativas son altas. Es que el relajo fue mucho. Fueron cuatro años que se sintieron como cuatro minutos... pero bajo el agua. A partir de marzo, Chile debe implementar una agenda de progreso que lo lleve al desarrollo. De vuelta a la pega. Se terminaron unas largas vacaciones.