El ejercicio de reconstrucción escrita de la vida del propio escritor tiene antiguos y recurrentes ejemplos en la literatura universal y chilena. Algo nuevo anterior (recuerdos) , del poeta y músico chileno Mauricio Redolés, se inscribe dentro de esa tradición. No obstante, Redolés, como queda claro desde el epígrafe, el cual alude a "Migajas" de Julio Martínez, a las crónicas de Daniel de la Vega, José Miguel Varas y Virginia Vidal, y al "Me acuerdo", de George Perec, elude deliberadamente las formas más convencionales de elaboración de "memorias" o "autobiografía" y, también, las formas más contemporáneas, ya canonizadas, de la "autoficción". Este deslizamiento respecto de los esquemas de escrituras más típicas acerca del yo se relaciona, de partida, con la posición excéntrica que ocupa Redolés en el campo literario chileno, excentricidad interesante que añade huellas complejas en estos textos, marcados por su pasión por la música rock y su militancia política, y en los que la "formación literaria" apenas comparece o lo hace de soslayo.
Así,
Algo nuevo anterior (recuerdos) es, a la vez, un libro de memorias y una propuesta acerca del recordar, y los límites y posibilidades de la escritura que pone en ejercicio el recordar.
El libro está compuesto por unos 150 fragmentos breves (lo más extensos ocupan un par de páginas). La escritura de estos fragmentos está movida por un esfuerzo patente de "fidelidad" a lo recordado, focalizando la tarea creativa del escritor en buscar la elocución precisa que dé cuenta de ese recuerdo. Redolés asume, pues, uno de los presupuestos subyacentes en la literatura del siglo XX: el peligro permanente de distorsionar lo personal recordado, bajo los modos de la idealización, la ilusión de coherencia y los distintos matices del olvido. Se trata, a la larga, de un empeño ético: el recordar bien, desandado el trabajo de falsificación que el yo espontáneamente hace.
En esta dirección, Redolés opone lo fragmentario a la continuidad monolítica, fluida y progresiva. Lo que se puede recuperar acaece ante la memoria tan solo como "chispazos", bajo un telón oscuro de olvido, no un relato coherente que simule una unidad y un sentido, sino trozos que sirven para componer distintas narraciones, no una sucesión cronológica de acciones, sino azarosa concurrencia de momentos temporales que avanzan y retroceden según una lógica que no es la del reloj o los calendarios.
La fragmentación, la discronía y la ausencia de la voluntad de pergeñar un relato unitario son los rasgos principales del conato memorialístico de Redolés, lo cual no impide que el lector vaya armando las piezas del rompecabezas, esbozando una figura del conjunto de las peripecias.
El otro mérito importante de este libro es la delicadeza con que Redolés enfrenta el otro desafío que la literatura contemporánea ha puesto en escena cuando se trata de recordar: la inclinación entrópica a generar recuerdos muertos, desvaídos, sombras inanes de lo que acaeció. Es aquí donde Redolés se la juega por una escritura que busca, de un lado, el máximo de concreción y materialidad sensorial del recuerdo, de determinación temporal y espacial, y que, por el otro, da con el tono emotivo, a veces inefable, que rodea como una atmósfera a lo recordado y que es, por lo general, gracias a su especificidad y diferenciación excepcional, lo que marca al recuerdo, lo fija en la memoria y lo distingue de otros miles de momentos temporales y episodios que se perdieron en lo indiferenciado y usual.
En la reconstrucción de esa atmósfera emotiva es central, asociado a momentos terribles, desoladores, horrorosos o tiernos, "el bendito sentido del humor", omnipresente en estos fragmentos.
Algo nuevo anterior (recuerdos) es un libro meditado, con una factura que revela oficio literario -en la que incluso la escritura misma del libro queda incluida- y emotivo sin ser sensiblero.
No todos los fragmentos están a la misma altura -los hay magníficos- y algunos pocos (sobran los dedos de una mano) son más bien débiles, pero el conjunto constituye, sin duda, un aporte valioso a la renovación del género autobiográfico en Chile, en el que sobresale la llaneza de un lenguaje que posee un sello idiosincrático, puesto que Redolés mezcla de modo personal y único elementos del habla popular urbana, del rock inglés y un registro literario más bien culto.
En fin, lo que convierte a este libro en un texto entrañable es que no decae, a pesar de su pertenencia al género memorialístico, en un libro ensimismado, egocéntrico y literatoso, sino que consistente con su inspiración en la crónica urbana, se abre extrovertidamente a una exploración de la ciudad, en particular el barrio Yungay de Santiago, a las peripecias concretas del testimonio político, a un ensayo oblicuo y soleado acerca de la relación padre-hijo, y a la presencia ominosa y cotidiana de la violencia, la enfermedad y la muerte.