La frase que se oye antes del apagón final de "La desobediencia de Marte", es su mejor definición (o lúcida broma cruel): "¿De qué trata esta obra?". Porque la que debe ser la cuarta pieza que firma el admirado y leído narrador mexicano Juan Villoro -quien empezó a escribir teatro a los 14, pero no se atrevió a mostrar nada de esto hasta pasados los 50 (tiene 61)- aborda un abanico tan grande y diverso de motivos y temas que, a fin de cuentas, saltando de una cosa a otra, termina por no desarrollar ninguno. En los 100 minutos que se toma, contiene materiales para unas cuatro ficciones distintas, y sorprende que quienes dieron el visto bueno al proyecto de montarlo no hayan advertido, solo de leer el texto, su notoria falta de un eje.
Estrenada en 2017 en Ciudad de México, no es una obra reciente como se ha dicho; la escribió en Berlín Oriental a los 26, lo que explica que luzca como esas creaciones de juventud similares a un cajón de sastre. Es el segundo título aquí de este dramaturgo tardío tras "Conferencia sobre la lluvia", dirigida -igual que esta- por Álvaro Viguera en 2016, que tampoco destacó por su pericia autoral.
Villoro es sin duda un hombre de gran cultura y muchos intereses intelectuales. De lo que da cuenta el planteamiento inicial como teatro histórico-biográfico sobre un momento crucial en la evolución del conocimiento del cosmos. Ambientada en torno a 1600, presenta una noche de borrachera de dos figuras científicas clave, los astrónomos Johannes Kepler, alemán, y Tycho Brahe, danés, éste mucho mayor que el otro. Llena de alusiones a la época tanto como a la personalidad y pasión investigadora de ambos con sus envidias y celos profesionales, promete atrapar con su confrontación, que es un duelo de intelectos, de machos y también generacional.
Pasada la media hora todo se detiene y nos revelan que estamos viendo un ensayo hoy de esa obra; 'teatro dentro del teatro' en que los actores que hacen de Kepler y Brahe discuten sobre el enfoque de sus roles y se explayan acerca de sus carreras y vidas personales. Más aún, se insinúa la posibilidad de que el mayor sea el padre del más joven, dando pie a divagaciones que buscan analogías entre personajes esenciales de Shakespeare, Hamlet y Lear. Así la entrega pasa sin transición alguna de la evocación biográfica, a la reflexión metafísica sobre Dios y el cosmos, el melodrama familiar o el comentario metateatral.
Demasiado para las dotes de un dramaturgo fogueado; ¿o es que la puesta en escena no logró dar unidad a las partes? Los actores Francisco Reyes y Néstor Cantillana, de oficio indiscutido, hacen su mejor esfuerzo por ser tan versátiles como pide el libreto. En el primer tramo se proyecta una hermosa imagen del espacio intergaláctico, pero luego con irritante didactismo la pantalla ilustra cada figura histórica que se menciona. En ese mismo pasaje la expresión corporal de la ebriedad se resuelve de modo inconvincente, sobre todo si se considera que los actores ensayando son fogueados.
Teatro Municipal de Las Condes.
Última función hoy, a las 18:00.