¿Qué tienen en común "Fuego y furia", el libro recién salido de Michael Wolff sobre la extravagante Casa Blanca de Trump, y "Las horas más oscuras", la película de Joe Wright, recién estrenada en Chile, sobre los primeros días de Churchill como Primer Ministro?
Desde ya, son obras en que no es tan claro qué es invento y qué realidad. La Casa Blanca ha tildado el libro de Wolff de obra de ficción, mientras que sus defensores dicen que "suena" a verdad. En "Las horas más oscuras", el mismo Wright ha concedido que hay ficción. Por ejemplo, el insólito paseo en metro en que Churchill, presionado por sus ministros a negociar con Hitler, les pregunta a los atónitos pasajeros si quieren seguir con la guerra. Churchill les cita unos versos de Macaulay sobre un héroe romano que hacia 508 a.C. habría defendido a Roma a solas contra las hordas etruscas. Un pasajero negro (el Londres de 1940 de Wright es inclusivo) termina la cita. Todos los pasajeros concluyen que hay que luchar como ese romano, hasta la muerte.
Claro que esta escena de ficción, de valor metafórico -reflejaría el espíritu que había en el país-, no es mal intencionada como el libro de Wolff, que busca mostrar a Trump como narcisista, infantil e irracional. Churchill también poseía muchos defectos, y si bien la película de Wright lo deja a la larga como un gran héroe, no los oculta. Muestra lo intratable que podía ser, lo arbitrario y déspota. ¿Pero quién con un temperamento "normal" se podría haber enfrentado en ese momento a Hitler? Sobre todo que la clase dirigente "racional", la que Churchill desplazó, había dejado a su país indefenso. En mayo, 1940, la derrota parecía inevitable, y la paz era para muchos la opción más razonable. Aquí entonces surge una pregunta. ¿Dónde está la línea -que parece ser muy delgada- entre el líder como Churchill, cuyo mal carácter voluntarista lo convierte en héroe, y aquel, como el Trump de Wolff, en que atributos parecidos lo dejan como un narcisista caótico y peligroso?
Churchill tuvo que luchar a solas contra el Eje por 13 arduos meses, hasta que Hitler atacó la Unión Soviética en junio de 1941: Estados Unidos se sumó recién en diciembre de ese año. Esa lucha no la habría podido dar sin sus defectos. La historia lo vindicó, y es posible decir que le debemos a él nada menos que el mundo occidental. Pero distintos tiempos requieren distintos tipos de líder. Los atributos de Churchill quizás no sean los que se necesitan en tiempos normales. Su osada resistencia a Hitler ha sido invocada demasiadas veces para defender pésimas hazañas. Por ejemplo por Lyndon Johnson para justificar la guerra de Vietnam y por George W. Bush la de Irak. En cuanto a Trump, quien tiene un busto de Churchill a su lado en el Salón Oval, es de esperar que no quiera emularlo demasiado. Además Trump y Churchill pueden compartir algunos defectos, pero un abismo los separa en el terreno de las virtudes. Donde Churchill usa su temperamento voluntarista para defender la racionalidad occidental, Trump parece usar el suyo para corroerla, o para simplemente satisfacer su propia cambiante voluntad. Donde Churchill se conecta con la gente hurgando en lo más profundo del idioma para hilvanar frases inolvidables, Trump busca hacer lo mismo repitiendo banalidades.
En cuanto a las libertades que se toman Wolff y Wright con la historia o la verdad, no hay nada muy nuevo. La historia y el mito siempre se han entremezclado. La posverdad es tan antigua como Adán y Eva. En fin, ¿qué es más real, los hechos que ocurren o el relato que se les adscribe? La pregunta es importante. Como dice el Partido en la novela "1984" de Orwell, "quien controla el pasado controla el futuro; quien controla el presente controla el pasado".