La catástrofe que padeció la Villa Santa Lucía nos pone, una vez más, frente a una típica reacción cuando ocurren estos fenómenos de la naturaleza: la intervención del Gobierno significa un desastre mucho mayor que los daños telúricos. Y tratándose de pueblos apartados y pequeños, se fuerza a sus habitantes a abandonarlos para, supuestamente, reubicarlos en un sitio ideal. Lo que sucedió con Chaitén en 2008 se repite hoy con la Villa. Es la mentalidad de la retroexcavadora, la misma que se quiso imponer en la política con el desastre electoral del Gobierno y su coalición, que ya conocemos.
Es una fascinación para políticos ineptos, burócratas que tienen que disimular el inflado rango de sus reparticiones, tecnócratas ansiosos de figuración e iluminados que abusan de la gente modesta para saciar sus afanes redentores de la humanidad. Una vez más, la decisión se tomó en Santiago sin conversar con los afectados. ¿Acaso conocen la realidad de esa zona? Y si alguna vez visitaron la Carretera Austral, ¿pensaron en que valía la pena alojar en la Villa Santa Lucía? Por lo general los viajes a esa zona son más de comer kilómetros que de visitar en profundidad, y poco agregan a los típicos lugares comunes sobre el paisaje y el clima lluvioso.
La Villa es el centro neurálgico de las comunicaciones viales de esa provincia. Todos los caminos pasan por allí. No hay alternativas y se necesita ese lugar con servicios básicos. Pero el problema sobrepasa largamente lo local: hoy el país está cortado allí, al igual que hace veinte años, cuando los temporales aislaron a La Serena e interrumpieron el tráfico con el norte del país. Por esto la tragedia afecta por igual a los del centro, del norte y del sur: es nuestro país el cortado.
Palena fue un lugar imposible para asentar la vida. Hoy es una realidad por la decisión, coraje y energía de un grupo de viejos que trabajaban en Argentina y que querían un suelo patrio para reunirse a izar el pabellón chileno cantando la Canción Nacional. Hoy los de Santiago tienen la frivolidad de matar esos lugares en aras de pretendidas seguridades, que allá no existen. Se vive junto a cerros escarpados y a ríos torrentosos que cortan los caminos a cada rato. No hay espacio para más. Los de acá parecemos peleles de trapo, incapaces de responderles a los viejos de antaño: ¡Chile presente! La tarea es estudiar a fondo esa geografía y proyectar las defensas indispensables. Hoy solo vale ayudar a reorganizar la vida de esos vecinos y no a destruirlos más.