Crónicas del desamor reúne por primera vez y en un solo tomo las tres primeras novelas de Elena Ferrante:
El amor molesto (1992),
Los días del abandono (2003) y La hija oscura (2006). Es una feliz decisión editorial, porque si bien Ferrante se ha hecho mundialmente famosa por su opción de permanecer en el anonimato, aquí alcanza la garra, el brío, la prosa arrebatadora, el tono oscuro y estremecedor y la densidad que no se advierten en sus relatos posteriores. Todos tienen algo en común: mujeres que narran en primera persona vidas exacerbadas y al borde del abismo; el recurso a la memoria en la manera proustiana; la escritura destellante en el uso de la asociación libre de pensamientos. Así, la lectura de cada una de estas narraciones constituye una experiencia renovadora. Por último, las protagonistas en los textos de Ferrante, lejos de un feminismo desbordante, viven en el presente y el pasado, son libres y dependientes, luchan por forjarse una existencia propia y caen en la sumisión, son víctimas de un medio que las subyuga, pero pueden dejarlo atrás; en suma, no son las heroínas sublimes y emancipadas de tanta novelería del presente, sino seres de carne y hueso, personas que hemos conocido y que sufren las contradicciones de una época en la que su lugar sigue siendo inestable, inseguro, contradictorio.
El amor molesto comienza y termina con el suicidio de Amalia, madre de Delia, quien se ahoga en el mar un día 23 de mayo, cumpleaños de la hija. Al investigar por qué Amalia llegó a tomar tal determinación, Delia se enfrenta a un laberinto de mentiras, verdades y verdades a medias, algunas dichas en dialecto napolitano, otras en italiano -esta constante, gente que habla en una lengua para expresar la rabia, la obscenidad, el deseo de venganza y en otra para parecer cultos o civilizados, está presente en todos los libros de Ferrante-. Delia, quien vive en Roma, deberá efectuar un peregrinaje que la sumergirá en su propia infancia, en la sordidez, la violencia, los anhelos ahogados, las risas de miedo, los engaños tal vez imaginados, pero castigados como si fueran ciertos, el origen de la propia responsabilidad en una búsqueda que va en todas las direcciones y sentidos. Se trata de un viaje sin retorno para encontrar sentido a un destino familiar en la trayectoria de Amalia, sometida a palizas por su marido desde que se casó, y la de Delia, quien pudo huir de ese infierno y ahora vuelve a esa génesis de la que siempre quiso marginarse.
Los días del abandono , la más extensa de las historias que componen este volumen -214 páginas-, es un verdadero tour de force que parte de un hecho aparentemente banal: Olga, casada con Mario durante 15 años, es dejada por su cónyuge de un día para otro, con sus dos hijos menores, para irse a convivir con una jovencita. La desesperación, la soledad, la desolación de la esposa la conducen gradualmente al implacable examen de sí misma, a los celos, la ansiedad, la ira, la apatía, la locura. Llega un momento en que Olga desatiende a sus niños, olvida todo, desde los asuntos más elementales en el manejo de una casa, hasta cortar el gas, el agua, la luz, poniendo en peligro a cuantos están cerca de ella. El momento culminante, a la vez cómico y trágico, se produce en la tarde en que todos quedan encerrados en la casa: la cerradura de la puerta no funciona, el teléfono celular ha sido destrozado en un ataque de rabia, la línea del fijo se encuentra sin tono, el perro agoniza, el chico está enfermo. El desasosiego aumenta con las referencias literarias a
Ana Karenina -todos sabemos cómo termina el personaje de Tolstoi- y a
La mujer rota , de Simone de Beauvoir. Hay que añadir que Olga dista de ser alguien patético, que habla varios idiomas, es muy culta y no hay una pizca de sentimentalismo y nada innecesario a lo largo de este implacable retrato de pérdida de la identidad. Además, Olga toma apuntes para un proyecto literario y si no ha trabajado es porque Mario no quería que lo hiciese. Y tal como ocurre con las tres heroínas de
Crónicas... , lleva consigo un mundo ancestral, católico, hecho de prejuicios y crueldades, aunque también de una fuerte, auténtica y sólida cultura popular, que ya no existe en el ámbito europeo y cosmopolita del norte de Italia.
En
La hija oscura , Leda, catedrática en literatura inglesa, va de vacaciones a una playa del sur, se encuentra con un ruidoso y vulgar grupo en el que destacan la bella Nina y su cría, Elena; sin motivo aparente esconde en su departamento a la muñeca que Elena ha olvidado en la playa, provocando el desconsuelo de la chiquilla y la desazón de Nina, a quien, sin embargo, Leda pretende defender del círculo hostil y amenazador de Tonino, el chusco esposo de Nina. De paso, Ferrante revela que la felicidad es un estado que puede interrumpirse en cualquier momento, que no hay buenos sentimientos sin su lado tenebroso, que la dulzura suele ocultar una profunda hostilidad. Lo escandaloso de hoy ya no son las infidelidades, las aventuras, los adulterios, sino las envidias y los resentimientos que, por ejemplo, sienten las hijas de Leda hacia ella por haberlas hecho más gordas o más bonitas. Y ese es precisamente el vínculo que se formula en las ficciones de Ferrante: cómo la culpa condenatoria e injustificada nunca acaba de pagarse. La angustia es el verdadero escándalo en una sociedad en la que no puede ser demostrada, pues despierta terroríficos fantasmas en los demás.