El rasgo más notorio de esta elección presidencial -lo subrayó el debate de anteayer- es una cierta moderación, ese aire atmosférico que sujetó los excesos.
En Guillier ni asomó el asalto utópico, ni se dibujó un horizonte escatológico, ni brotó la imaginación. Oír a Guillier fue asistir a la sobremesa de un viejo club radical, sensato, anegado de sentido común y de ignorancia en porciones casi equivalentes.
En Piñera, por su parte, tampoco se observó ese afán por reducir el íntimo mecanismo de la vida social a puros incentivos, ni se escuchó la utopía tonta de la simple eficiencia. Oírlo fue escuchar a ratos una versión decaída de Mr. Memory, el personaje de Hitchcock que recitaba parrafadas y datos precisos con aire circense y maquinal.
Pero en uno y en otro, detrás de esas características idiosincrásicas que configuran su personalidad -y que, cuando las exageran, hacen un personaje- latió una convicción parecida: la sociedad chilena no está ni al borde del abismo, ni anhelante de una transformación radical, ni temerosa de un quiebre, ni lacerada por el abuso extendido y sistemático. En vez de eso, ambos, al margen del envoltorio apelante y retórico que es propio de la competencia, parecen haber arribado a la conclusión de que el problema que aqueja a la mayoría no es el quehacer del presente que discurre más o menos satisfactorio, sino la sombra del futuro que, por incierta frente a la enfermedad o la vejez, resulta amenazante.
Es difícil encontrar en las últimas elecciones mayor convergencia entre dos candidaturas presidenciales. Ambas procurando atender a lo que pudiera llamarse las patologías de la modernización, la paradoja del mayor bienestar: esas estelas de malestar y de carencias que producen la individuación y el incremento de las expectativas.
En algún momento -más como resultado de la avidez de novedades y anhelos de romper la rutina de estos años, que por la realidad de los datos- se dijo que el rechazo de la modernización capitalista había irrumpido y que la llave de la segunda vuelta estaba en manos del Frente Amplio. Y se pensó entonces que obligado Guillier a plegarse a sus propuestas, la elección era, o sería, una suerte de plebiscito acerca del tranco modernizador de las últimas décadas, un veredicto de sí o no en el que la complejidad de la vida social se reduciría al simplismo de estar a favor o en contra de las AFP, a favor o en contra de la gratuidad, a favor o en contra de la asamblea constituyente, a favor o en contra del horizonte escatológico que los dirigentes del Frente Amplio, o algunos de ellos, querían ver detrás de esas demandas, y así.
Pero ocurre que tanto Guillier, con su tono que equilibra el sentido común y la ignorancia, como Piñera, con su habilidad para repetir parrafadas y frases hechas, han eludido ese simplismo. Y en vez de eso, en vez de inflamar el futuro con narraciones globales, Piñera y Guillier, Guillier y Piñera, no han hecho más que detectar algunos malestares y sin alterar nada de lo fundamental -ni la estructura tributaria, ni el sistema de pensiones predominantemente contributivo, ni el sistema educativo de carácter mixto, ni la provisión de bienes públicos por medios privados- han formulado propuestas para mitigarlos.
¿A qué se debe esa rara convergencia que desmiente las fracturas que algunos se apresuraron a ver?
A una cierta certeza, por llamarla así, sociológica.
Se trata de la convicción de que existe un nuevo centro, no un centro ideológico como erróneamente se ha interpretado, sino uno de intereses convergentes, esa extraña medianía en la sensibilidad que produce el bienestar: se trata de los nuevos grupos medios que no se imaginan transitando por la historia, sino tejiendo sus días lejos de las zozobras y la incertidumbre; que se agrupan no en derredor de ideas o relatos globales, sino en torno a demandas e intereses. Esa convicción es la que seguramente ha contribuido a que tanto Piñera como Guillier hayan acabado convergiendo en derredor de unas soluciones entre las cuales es posible trazar una distancia técnica, pero ninguna ideológica. ¿Cuál escatología, qué horizonte histórico, qué ideología, si se deja de lado la vestimenta retórica, podría distinguir la propuesta en materias de AFP, o de CAE, o de gratuidad, que han formulado Guillier y Piñera?
Ni siquiera estirando la imaginación se lograría encontrarla.
No hay duda.
El ganador de la elección, si se cree a lo que se vio y se dijo todos estos días, es el centro.
Ese raro sopor atmosférico -que el malestar y la zozobra interrumpe a ratos, pero solo a ratos, y que Guillier y Piñera se aprestan a mitigar sin grandes diferencias ideológicas- es el que ya ganó esta elección.
Esta elección ya tiene un ganador: esos nuevos grupos medios que no se imaginan transitando por la historia, sino tejiendo sus días lejos de las zozobras y la incertidumbre cotidiana. ¿Acaso no son ellos, y solo ellos, a quienes hablan Guillier y Piñera?