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Editorial
Lunes 20 de noviembre de 2017
La definición de la segunda vuelta
"La segunda vuelta electoral será un virtual plebiscito sobre el enorme progreso obrado por Chile en los últimos 30 años, reivindicado por Piñera y mirado con reticencia por Guillier, ahora jugado en un esquema de fuerzas políticas en que irrumpe un frente de izquierda radicalizado y resuelto a no errar en su camino al poder".
La inédita dispersión de votos que arrojó la primera vuelta electoral -las dos primeras mayorías nunca antes sumaron menos del 71 por ciento de los votos, mientras que ayer congregaron solo un 59 por ciento- mantiene la incertidumbre sobre el desenlace en la segunda vuelta de la elección presidencial. Pese a la marcada ventaja de Piñera (36,6%) sobre Guillier (22,6%), ambos muy por debajo de las expectativas de sus adherentes y de las encuestas de opinión, es difícil prever el comportamiento de los votantes de Sánchez (20,2%) y Kast (7,9%), cuyo apoyo superó las proyecciones, en especial en el caso de la candidata del Frente Amplio.
Las encuestas han vuelto a fracasar como instrumentos predictivos. A la dificultad no resuelta de sondear en un esquema de voto voluntario, se agrega la mayor fragmentación de los partidos, lo que acentúa los márgenes de error. Una posibilidad incierta es que ellas registren el sentir predominante en un momento acotado, pero que esa preferencia mute veleidosamente. A esto último contribuye el hecho de que esas adhesiones parecen responder más a percepciones extraídas del debate público y de nuevas místicas corporativas que al trabajo político convencional, sofocado por la ingeniería electoral y las restricciones incesantemente aplicadas durante los últimos años a las campañas políticas. Así, no debiera sorprender que haya vuelto a bajar la participación electoral, que llega a su más bajo porcentaje en una elección presidencial. Lo cierto es que diversas fórmulas legislativas milagrosas de mayor participación ciudadana siguen cosechando peores resultados en el objetivo anhelado.
La segunda vuelta electoral, como es sabido, tiene rasgos muy propios. Hasta ahora siempre se ha impuesto el candidato ganador de la primera vuelta, pese a que en ocasiones ese sector político haya reunido menos votos que la suma hipotética de los representantes de sectores afines. De hecho, el propio Piñera alcanzó el 44 por ciento en 2009 frente al 56 que sumaban Eduardo Frei, Marco Enríquez-Ominami y Jorge Arrate, todos ellos ubicados a la izquierda del candidato de la centroderecha. Los cambios de universo electoral entre ambas vueltas electorales también contribuyen a acrecentar la incertidumbre. En 2013, la participación bajó de cerca de 6 millones 700 mil a 5 millones 700 mil entre una y otra vuelta.
La evaluación de cómo se percibe la condición de ex presidente de un candidato -a la luz ya de tres procesos electorales con ex mandatarios en carrera- parece indicar que se aprecia como señal de experiencia y oficio, pero resta el atractivo de la novedad. Ese último atributo puede haber favorecido a las candidaturas de Sánchez y Kast. Hay quienes estiman que así como el segundo capitalizó la menor empatía personal de Piñera, la candidata del Frente Amplio puede haber logrado congregar el descontento -desatado por la gestión de Bachelet- de quienes piensan que la solución ante el fracaso del actual gobierno es radicalizar el proceso. Lo que se podría ver confirmado por el hecho de que no solo su abanderado consiguió un inesperado apoyo, sino también sus candidatos al Congreso. El resultado de Guillier prueba la fortaleza del voto militante, ya que habiendo sido un candidato más bien débil, logró aglutinar la votación del PS, PPD, PR y PC. Más duro será el escenario para el PDC, que al pobre resultado de su apuesta presidencial (5,88%) para Carolina Goic -solo marginalmente superior al 5,71% de Marco Enríquez-Ominami-, deberá sumar la pérdida de figuras emblemáticas, como los senadores y ex presidentes del partido Andrés Zaldívar e Ignacio Walker, junto a un marcado retroceso de su bancada de diputados.
El nuevo Congreso no solo reflejará la ampliación de cupos, sino una variedad de figuras que lo renuevan tanto en la Cámara como en el Senado, y que necesariamente significarán carismas distintos, probablemente alentadores, en la indispensable reestructuración de los partidos que han agotado su actual ciclo vital y claman, en general, por una completa revigorización. Sigue pendiente instaurar una práctica política que pueda disminuir el número casi absurdo de candidatos presidenciales -9 en 2013, y 8 ahora- que reflejan posibilidades y responsabilidades muy diversas, pero que al pretender igualarse en todas las instancias del debate público dificultan la posibilidad de que la ciudadanía someta a un escrutinio más acucioso a los 3 o 4 candidatos que concitan más apoyos. El magro 0,51% obtenido por Eduardo Artés y el 0,36% de Alejandro Navarro obligan a reflexionar al respecto.
Finalmente, todo indica que la segunda vuelta electoral será un virtual plebiscito sobre el enorme progreso obrado por Chile en los últimos 30 años, reivindicado por Piñera y mirado con reticencia por Guillier, ahora jugado en un esquema de fuerzas políticas en que irrumpe un frente de izquierda radicalizado y resuelto a no errar en su camino al poder.