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Cartas
Viernes 17 de noviembre de 2017
Daniela y Francisco
Señor Director:
Al señalar "algunos desafíos del mundo actual" en el acápite I de su exhortación apostólica Evangelii gaudium , el Papa Francisco denuncia los niveles escandalosos que alcanza la exclusión social en la sociedad de hoy: "Así como el mandamiento de 'no matar' pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir 'no a una economía de la exclusión y la inequidad'. Esa economía mata". La referencia del Papa a una "cultura del descarte" en un contexto de salud no solo pone de manifiesto la deshumanización que trae consigo la aplicación a ultranza de los principios del mercado a todos los niveles de la sociedad, como sería el aplicar literalmente los protocolos internacionales que dictan evaluar el cuidado en los períodos pre y postrasplante como parte del criterio clínico, al momento de decidir sobre la realización de un trasplante de órgano, sino que lo anterior pone sobre el tapete toda una concepción sobre la relación mercantil que existe entre los seres humanos en un centro de salud.
Daniela ha sido excluida del sistema de trasplante por la aplicación irrestricta de este protocolo internacional en un centro de salud católico. A Daniela, una niña abandonada por sus padres y abusada sexualmente por el propio, no se le realizó el trasplante de corazón que necesitaba para seguir viviendo, como lo establecía el protocolo médico. A ella no se le reconoció el derecho a una acción terapéutica, porque su postoperatorio no estaba garantizado y, por lo mismo, no se quiso someterla a sufrimientos innecesarios. A ella, que ya había sufrido innecesariamente, se le exigía para ser apta al trasplante de corazón "necesariamente un cambio de vida radical", porque sin contar con un adulto calificado dedicado a su cuidado el resto de su vida, habría sido desproporcionado y un mal para ella. Y como era poco probable que la intervención tuviera éxito -atendida la precariedad postoperatoria de la menor-, no el profesionalismo médico de ese centro de salud, entonces fue mejor no realizarla.
¿No es esto inequidad? Ante esta dolorosa situación, recuerdo las palabras de Francisco a los miembros y pacientes del Hospital Pediátrico de Prokocim, en Cracovia, cuando les dijo que "...las víctimas de la cultura del descarte son precisamente las personas más débiles, más frágiles; esto es una crueldad". Y Daniela, en ese momento, era la parte más débil de todos los involucrados en esta decisión médica que terminó con su muerte.
Esta consideración de los seres humanos como artículos desechables, en situaciones de salud, más que una analogía, es la extensión aberrante de un estilo de consumo básicamente pernicioso y esencialmente insostenible, que ha venido ampliándose e imponiéndose contra toda lógica en nuestro país. Todo se cuenta y según su precio se valora. Y el Papa Francisco, a quien vamos a recibir en nuestro país, rechaza esta cultura de lo desechable. Bienvenido será su mensaje contra esa cultura.
Entonces, para concluir, me pregunto si ¿no era esta la oportunidad para que demostráramos como Iglesia que la vida humana hay que cuidarla y protegerla, también después de nacida? Creo, a la luz del Evangelio, sin el cual las instituciones católicas no pueden aplicar con sentido una ley o protocolo, que si no estaban dadas las condiciones de cuidado necesarias para garantizar el postoperatorio en el entorno inmediato de Daniela ni en el órgano estatal a cuyo cuidado se encontraba, deberíamos haber sido nosotros, como Iglesia, los que tendríamos que haber ofrecido un adulto o una institución calificada que se dedicara a su cuidado y acompañamiento el resto de su vida. Pedimos perdón a Daniela, no estuvimos a la altura de su vida.
Marcelo Gidi