Guillier anunció que su programa estaría disponible luego de la primera vuelta, lo que justificó como un acto de generosidad y de realismo político, para así poder acomodar en el texto definitivo los planteamientos de las restantes candidaturas de centro izquierda que queden en el camino, y también como una estrategia comunicacional, a fin de que el golpe noticioso surja en el momento adecuado.
Ante una andanada de críticas, anunció que un compendio; es decir una breve síntesis de lo ya dicho, estaría el 7 de noviembre, insistiendo que el programa propiamente tal sería anunciado entre primera y segunda vuelta.
¿Importa? ¿Hay alguna diferencia entre un compendio y un programa?
Es probable que Guillier no haya cometido un error estratégico de aquellos que se paguen caro en política. Mal que mal son pocos los que llegan a tomar en sus manos esos volúmenes para siquiera hojearlos. El voto se decide más emotivamente y por promesas más breves que esos extensos textos que han acompañado nuestra tradición política. Atrás parecen haber quedado los tiempos en que Frei Montalva afirmara que ni por un millón de votos cambiaría una coma de su programa.
Con todo, lo de Guillier es un acto que menosprecia uno de los pilares de la democracia representativa: la noción de que la deliberación y la crítica mutua nos enriquece y que solo de una deliberación vigorosa pueden nacer decisiones más representativas y legítimas.
En todos los órganos democráticos, desde el cuerpo electoral hasta el más humilde consejo, rigen formas altamente sofisticadas y minuciosamente detalladas sobre la deliberación previa a adoptar decisiones. Se regulan las iniciativas, la participación de terceros, el uso de la palabra, la clausura del debate y otras formas esenciales a la democracia. Ellas responden al reconocimiento de que somos todas personas igualmente racionales y razonables, lo que nos obliga a escucharnos de buena fe antes de marcar nuestra preferencia; es la convicción de que la deliberación enriquece la decisión y a quienes deciden. Parte de lo que ha debilitado la democracia representativa es la falta de credibilidad de que sea transparente, igualitaria y vigorosa la forma en que se delibera en los órganos representativos. Arreglar las cosas bajo cuerda es la antítesis de la discusión democrática.
Guillier no se ha restado al debate; pero ha anunciado que se saltará una de las formas más enriquecedoras del debate en las campañas presidenciales. Todo candidato sabe que al presentar un programa completo suele cosechar más pérdidas que ganancias. El todo deja a la vista vacíos e incoherencias. Solo ese todo permite reconocer lo que se silencia y tan solo él permite calcular los costos de llevar a cabo el proyecto y someter a crítica su viabilidad y realismo. Someter trasparentemente todos los proyectos, sus costos y énfasis a la crítica pública es una demanda pública que enriquece la democracia.
Haber pensado que retardar la entrega de un programa completo facilitaría las negociaciones con el Frente Amplio y con la Democracia Cristiana, pecó además de falta de sensibilidad, al desconsiderar la irritación que iba a causar el asumirse como triunfador antes de tiempo, invitando a iniciar negociaciones con alguien que no ha terminado de exponer para qué quiere ser Presidente. La política ciertamente es negociación, pero en un régimen presidencial la tradición es que se negocia a partir de los proyectos que presenta quien es o tiene posibilidades de ser Presidente.
Con el voto voluntario, entusiasmar a los posibles adherentes importa tanto o más que lograr acuerdos. La decisión de Guillier de postergar la entrega de un programa completo no colabora a ello entre quienes no son sus votantes de primera vuelta pero podrían serlo en segunda. Un error que aún puede corregirse, si es que el compendio se parece a un programa de aquellos que vigorizan la necesaria deliberación que debe preceder a las elecciones.