Hugo Vilches, el técnico del Audax Italiano, se mostró sorprendido de que "un equipo grande como Colo Colo nos jugara al contragolpe". Lo dijo después de la categórica victoria de los albos en La Florida y la pregunta es simple: ¿por qué se sorprendió de algo que se viene debatiendo desde hace rato en el medio periodístico?
Consultado por los dichos de su colega, Pablo Guede fue escueto: "Eso es para conversarlo largo, no en una rueda de prensa", lo que es particularmente extraño porque Guede, al igual que sus pares, ya no da entrevistas largas ni personales. Es más, les molesta hablar de fútbol, mostrar sus entrenamientos y, por supuesto, debatir sobre tácticas, tal vez en la creencia de que nadie estará a la altura de sus planteamientos y dibujos.
El tema, sin embargo, es entretenido y apasionante, sobre todo en Colo Colo y por Pablo Guede, un técnico que llegó por una suerte de clamor popular que buscaba no títulos ni triunfos (que los habían conseguido Héctor Tapia y José Luis Sierra), sino un estilo de juego. Lo dijo su presidente, lo enfatizó el entrenador y lo celebramos buena parte de los imparciales, pese a las derrotas iniciales: había una intención clara y rotunda por el espectáculo.
Hoy Colo Colo es el equipo más goleador del certamen y ha recibido pocos goles en contra. No es un equipo sólido ni deslumbrante, no entusiasma demasiado a los que analizamos y no gritamos y, además, ve impulsada su campaña por rivales que le facilitan -de manera insólita e inexplicable- su planteamiento. Pero está puntero y los números lo avalan. Su presidente y buena parte de la hinchada está feliz y el discurso de la persecución ha dado sus frutos: la cohesión interna se afirmó frente a los enemigos imaginarios. Tiene liderazgos de sobra, ha renovado a sus veteranas glorias y proyecta juveniles con futuro.
¿Es válido seguir discutiendo si juega a la contra o no? Para Guede no, porque -reitero- a los entrenadores no les gusta hablar de fútbol, ni con neófitos ni con pares. Prefieren, por estos días, esa alabanza empalagosa al sacrificio épico de sus jugadores, que lo dan todo en dramáticas circunstancias.
Sería injusto y vano cargar todas las culpas en el Cacique, pese a que Guede fue contratado por una promesa futbolística que se quedó enredada en el pragmatismo y la eficiencia, aún teniendo a varios de los jugadores más hábiles de nuestro discreto medio. En la U pasa algo parecido, pero intentar analizar su juego con Hoyos es ganarse un boleto a las comparaciones, las metáforas y los mensajes divinos, además, claro, del elogio irrestricto al carácter y sacrificio de su plantel.
Juegan al contragolpe y eso, si lo hacen bien, no tendría nada de malo. Si olvidamos, por supuesto, el discurso del protagonismo, el sometimiento y la posesión que hasta hace tan poco rato nos seducía casi unánimemente. A mí me sigue gustando, de hecho. Prefiero un equipo que busque a uno que espere; la intensidad a la pausa; el vértigo al toque. Y, en ese aspecto, debo confesarlo, el discurso de los entrenadores en este torneo me parece pobre y ramplón, conservador y fome, con poco encanto y seducción. Pero hay veces, reconozcámoslo, que el horno no está para bollos. Ya llegará alguien, otra vez, que nos entusiasme y nos convoque a la revolución perdida.