Islandia parece estar de moda. Su inédita clasificatoria para el campeonato mundial de fútbol le valió más titulares en unos días que en toda la última década. A mí me llamó la atención en particular un artículo sobre la isla publicado en The New York Times, el viernes pasado, que se refería a la destrucción forestal que habían dejado los primeros colonos vikingos en Islandia.
Hace mil años, y en un par de siglos, cortaron prácticamente todos los árboles que cubrían un cuarto de la isla en esa época. Necesitaban la madera para construir sus casas; despejaron las tierras para cultivarlas, y usaban el carbón para forjar el metal. Era su sistema de vida. Las erupciones volcánicas, más tarde, terminaron de cubrir la poca tierra fértil, y la erosión hizo lo demás, dejando a Islandia convertida en un desierto helado.
Los vikingos que se asentaron en Islandia sobrevivieron a las inclemencias del tiempo, pero tuvieron menos suerte que sus parientes que tomaron por asalto Inglaterra, donde sí consiguieron buenas tierras. Las historias de estos aguerridos nórdicos -que salieron en oleadas de sus gélidos dominios de Escandinavia y Dinamarca, y cruzaron mares y océanos para conquistar las tierras en donde se asentarían para siempre- las he disfrutado en una serie en Netflix que tiene mucho de verídico y bastante de leyenda.
Hoy, los islandeses, descendientes de esos colonos de los siglos IX y posteriores, intentan desesperadamente reforestar todo lo posible, no solo por un afán ecologista, sino para poder pagar su deuda de carbono. Paradójicamente, Islandia, un territorio ocupado por apenas 350 mil personas, tiene enormes emisiones de gas de efecto invernadero per cápita , por el transporte y las fundiciones de aluminio.
Con la ayuda de la Unión Europea y Noruega, el gobierno trata, para 2030, de reducir el 40 por ciento de los niveles de emisión de 1990, pero su meta es disminuirla entre 50 y 75 por ciento para 2050, según el NYT.
Y algo ayudarían los más de tres millones de árboles que han plantado en los últimos años, muchos de los cuales no logran sobrevivir por las difíciles condiciones climáticas y del territorio. Si durante la mayor parte del siglo XX solo el uno por ciento de la superficie de 103 mil kilómetros cuadrados tenía árboles, ese porcentaje apenas ha aumentado medio punto en la actualidad.
Hoy, cuando el cuidado del medio ambiente es una obligación y los ecologistas pintan al hombre contemporáneo como un consumista e insensible asesino de nuestro propio hábitat, la historia de Islandia nos muestra que los pueblos antiguos también hacían barbaridades con la naturaleza.