La ANFP tiene más de una cosa que hacer, pero si el actual presidente no fuera Arturo Salah, que a nadie le quepa duda, sería una de las opciones para la banca de la selección.
Cobraría una cifra razonable, porque es local, y no llegaría a los números de Sven Goran Eriksson o Gerardo Martino.
También porque lo suyo ha sido el trabajo de largo plazo, aunque más de una vez no pudo terminar lo propuesto y le cortaron el gas.
En esto no hay inocentes ni culpables, es el fútbol, simplemente, tan bendito como maldito.
Si en los clubes es de esta manera, en la selección es peor, porque los seleccionados se juntan y aquí el plazo no es corto ni medio ni largo, es básico: ganar.
Y el mentado largo plazo no es más que un juego floral un poco hipócrita y bastante falso.
Siempre están las divisiones inferiores y la Sub 17 y la Sub 20, por supuesto que sí. Ahí los plazos se extienden, pero hasta por ahí no más y siempre que no haya humillaciones ni desastres.
El caso es que Arturo Salah, que podría haber sido una opción criolla, está en otra órbita, y además, según cuentan, agotado y estresado.
La carta es Manuel Pellegrini, un entrenador con el don del coraje y fascinación por el mundo del fútbol, tan rico, global y extendido.
Están sus talentos como técnico, pero también el gusto por la aventura y por eso partió a China, porque dinero ya no le faltó y por edad podría retirarse.
La plata y los años son anécdotas financieras y temporales, en su caso; lo de fondo es lo otro: un país lejano, las antípodas y lo nuevo por descubrir.
Pellegrini saltó de un club a otro, a veces porque lo echaron y a veces porque lo decidió, y en esto no hay afrenta ni mérito, es simplemente el tejido profesional y curricular de cualquier entrenador.
Cuando lo hizo no siguió el camino tradicional y hasta prefirió realidades opuestas.
Y así como sacó campeón a un club inglés de millonarios, también hizo proezas irrepetibles en la historia del Málaga o el Villarreal.
Fue la valentía para cambiar de tercio y a veces fue picador, banderillero o matador, pero siempre en el coso del fútbol, bajo la multitud y metiéndole nervio y riesgo.
Manuel Pellegrini quiere lo mismo que cuando se fue a Ecuador: vivir del fútbol y conocer mundo, para espantar el rostro de chileno triste y entender la soledad del corredor de fondo.
Esa es su gran aventura.
En Chile, en cambio, no existe nada nuevo, al contrario, está lo de sobra conocido, el viejo país y el repertorio de siempre.
Si lo piensa una vez se queda en China.
Mejor que no lo piense dos veces.
Finalmente no es La Moneda, donde por algo quieren volver los unos y los otros.
Es Juan Pinto Durán: esa es la casa donde tanto se sufre.