Muchos conservadores chilenos parecen tener buenos motivos para estar contentos. De ser un candidato marginal y despreciado, José Antonio Kast ha pasado a ocupar un puesto importante en la política nacional. Hoy se da el lujo de mostrar habilidad en los debates, demoler periódicamente a sus contendores de izquierda y, de paso, hacer gala de una serenidad envidiable. Ya piensa en formar un partido, que aunque vaya a ser de nicho puede resultar un interesante contrapunto al liberalismo de Evópoli y acentuar la diversidad en la derecha chilena.
Al mismo tiempo, ese grupo sabe que Piñera ganará la primera vuelta, y casi todos votarán por él en la segunda. Pero piensan que su actual apoyo a Kast significa enviar una señal muy potente al líder actual de la centroderecha. Ya lo hizo Ossandón en las primarias y parece que se notó: ciertos énfasis en el mensaje del candidato de Chile Vamos muestran que un próximo gobierno suyo no sería "más de lo mismo".
A pesar de todo, la felicidad de los conservadores chilenos no es completa. Quizá no lo digan, pero su corazón está lleno de dudas.
Ellos son conscientes de que el "un-dos" que propone Kast es imposible. En este planeta, solo el Perú se puede dar el lujo de tener una segunda vuelta con dos candidatos de derecha. En el Chile de noviembre, el segundo lugar estará reservado para Guillier. Pero también reconocen los conservadores que la victoria final de Piñera no está asegurada. La izquierda moverá cielo y tierra para evitar que llegue a La Moneda. La abstención electoral, que golpeó fuertemente a ese sector en las municipales, bien puede haber sido un fenómeno de ocasión, que correspondía a un voto de castigo al gobierno, y difícilmente volverá a repetirse. Ahora la cosa va en serio.
Los simpatizantes de Kast saben sumar. Se dan cuenta de que las posibilidades de éxito de Piñera son muy distintas si obtiene un 42% o un 47% de votos en la primera vuelta, y esa diferencia depende de ellos. Muchos recuerdan que en 2010 Eduardo Frei fue capaz de subir casi un 20% entre una y otra vuelta, de manera que las cuentas alegres de ciertos piñeristas carecen de toda justificación. Además, tienen más claro que nadie que Chile no resiste un segundo experimento de la Nueva Mayoría, con la agravante de que la Democracia Cristiana de hoy es mucho más débil que la de hace cuatro años.
La duda que aqueja a ese sector les recuerda que no estamos en el mundo de la estética, sino en el terreno de la política, que desde siempre se ha caracterizado como el arte de lo posible. Se preguntan, atormentados: ¿Resulta justificado correr un riesgo tan grande con tal de votar por un candidato que los satisface plenamente?
Los más viejos recuerdan el exótico episodio del cura de Catapilco, un candidato de izquierda cuyos votos impidieron que Allende fuese elegido Presidente en 1958. Guardando las distancias, ¿no podría producirse aquí un fenómeno semejante?
No es mala la idea de enviarle una señal a Piñera, pero quizá el mensaje ya esté mandado. Nadie ignora que el apoyo real a Kast es mayor que los votos que obtendrá en noviembre, porque esas preocupaciones que inquietan a ese sector político han llevado a muchos a cambiar su voto. Por eso, si Piñera quiere que sean más esos adherentes, podría comenzar por reconocer esa deuda y agradecer a quienes le darán su voto movidos más por la aprensión ante el futuro del país que por amor al ex Presidente. Esto implica admitir que su figura genera desconfianza en las filas más conservadoras y entregar algunas señales, aunque sean sutiles, que resulten suficientes para tranquilizarlas (las recientes acciones de algunos de sus colaboradores no son precisamente una ayuda en esta tarea tan delicada).
Los dirigentes del Frente Amplio, en cambio, no padecen dudas análogas. Piensan que Piñera representa un mal para Chile, pero para ellos los intereses frenteamplistas son más importantes. Su objetivo principal es poner a su conglomerado político en una buena posición dentro de cuatro años, lo que excluye dar un apoyo explícito a Guillier. Veremos qué dicen sus bases.
Así, solo los conservadores no piñeristas tienen que enfrentarse al problema de qué hacer con sus miedos. Y mientras un hemisferio del cerebro les dice que basta ya de votar por el mal menor o de elegir segundas opciones, y que es hora de poner el corazón en primer término, el otro les recuerda que el miedo es una clara señal de salud, pues nos advierte que estamos delante de un peligro.