La pequeñez se ha encargado de invisibilizar las responsabilidades de los jugadores de la selección en la eliminación mundialista. Amparados por un comentario improcedente para el momento que se vivía, y aumentado por el alto nivel de irritación de los involucrados y el voltaje que le dio un periodismo impactado por el fracaso, hemos desdeñado el análisis de fondo mientras se decanta la amargura y se filtra el ruido de un capítulo traumático.
Si la ineptitud de Juan Antonio Pizzi para dirigir este proceso ha quedado más o menos en evidencia, lo consecuente en un sentido de justicia es que el objeto de la evaluación sea ahora el plantel de jugadores. El problema es que el grado de dificultad es mayúsculo para dar este paso clave que comience a cerrar el ciclo, porque se trata de valorizar el aporte futbolístico de los activos de una empresa en crisis, que ante cualquier atisbo de juicio negativo puede significar el alejamiento definitivo de varios aludidos.
Como hace largo tiempo no sucedía en el plano deportivo, la ANFP se encuentra en una posición desventajosa, y más allá de la relación empática o comprensiva que puedan adoptar sus directivos, nadie debe extraviarse: hoy la selección, como producto integral, necesita a los jugadores muchísimo más de lo que ellos necesitan a la selección. Si alguien en Quilín estima lo contrario, cae en un error abismal.
Estamos, entonces, en un intríngulis que requiere un manejo fino, digno de observar, porque conociendo las limitantes de nuestros jugadores-referentes (en lo conductual, en lo físico y en lo futbolístico), se requiere, o mejor dicho, no hay otra alternativa que seguir contando con ellos por lo menos para el vamos del nuevo ciclo eliminatorio. No existe un equipo de reemplazantes a corto plazo y también sería un riesgo prescindir de quienes conservan la calidad y, sobre todo, la experiencia, tal vez el mayor recurso con miras al siguiente proceso.
Cuando todas las señales parecen advertir que el esfuerzo directivo respecto de la selección se concentra en la búsqueda de un entrenador que se haga cargo de una nueva etapa, el divorcio que ha generado la polémica interna aconseja que la urgencia se oriente a apaciguar el descontento de un camarín quebrado. Minimizar las expresiones de los jugadores referentes tras el episodio de Brasil o las reacciones de sus cercanos en los días posteriores es un error estratégico.
La tentación de caer en lo facilista y buscar culpables en la prensa ha sido históricamente una pésima costumbre directiva. Pero no preocuparse de lo importante, que es renovar los compromisos de los futbolistas con la Roja, antes que acometer la contratación del nuevo jefe, puede ser una herencia que ningún técnico de verdadero nivel esté dispuesto a asumir.