Formar países es difícil. Golda Meir, en sus memorias (Mi Vida), cuenta de sus esfuerzos para que China comunista reconociera el Estado de Israel. No conseguía siquiera que las autoridades chinas la recibieran para que ella explicara su caso. Finalmente logra a través de un tercer país que la reciban. China manda un mandarín de rango menor a explicarle que "cada vez que 3 millones de personas se juntan para formar un país, China no tiene por qué reconocerlo". Para China, el judaísmo claramente no tenía la significancia que para Occidente.
La democracia tiene sus límites. Alguien lo explicaba en fácil diciendo: "Cuatro lobos y un cordero no pueden decidir por mayoría a quién se tira a la parrilla".
Hace mucho que no veíamos una tensión igual entre el principio de voto por mayoría y el orden jurídico. En España, los catalanes votan una ley inconstitucional para hacer un plebiscito ilegal donde se pretenden declarar independientes. El plebiscito no cumple con las reglas de una votación democrática: no hay registros electorales, se puede votar 2 veces sin problema, el universo de votantes es limitado etc. Votan en ese plebiscito algo menos de la mitad de los catalanes (si es posible definir esa calidad), pero los irresponsables dirigentes catalanes pretenden darle un carácter obligatorio y vinculante.
Este es un tema que la comunidad europea puede arreglar. Basta que diga que jamás reconocerán el Estado catalán. Chile debe tener una postura clara de apoyo irrestricto a la Constitución española. Si el derecho español no reconoce la independencia regional, Chile debe dejar en claro que tampoco reconocerá una Cataluña independiente. La idea de que Europa -un continente históricamente violento- se atomice en pequeños países es muy mala para la estabilidad mundial. Cuando Lincoln decide prohibir la secesión de los estados del sur, argumentaba que Estados Unidos debía permanecer unido porque si toleraba la división en pequeños países, como Europa, no terminarían nunca de guerrear entre ellos. Esa es la historia de Europa, un continente en estado de guerra permanente interrumpido por intervalos pacíficos.
El precedente para Chile de tolerar independencias regionales sería nefasto. Mañana, los mapuches, los pascuenses o los calameños podrían decidir hacer un plebiscito trucho e independizarse del resto.
Escuchaba a una catalana defender su caso basada en el derecho internacional y en particular en la autodeterminación de los pueblos. Pero este concepto choca con otros como el de la integridad territorial y, en particular, el respeto a los propios actos. Cataluña es parte de España porque así lo aceptó en su Constitución. Lincoln sostuvo que la secesión de los estados del Sur solo era aceptable vía reforma constitucional en que todos los estados votaran. La independencia catalana exige también respeto a la Constitución española que la rige y la aprobación de toda España, que deberá aceptar su desintegración territorial.
No me gustan los plebiscitos. Son sistemas de votación que eliminan toda la sutileza y complejidad a los problemas de una sociedad moderna. Obligan a decidir entre blanco y negro. La democracia representativa supone un ejercicio de participación ciudadana en las comisiones parlamentarias; de deliberación, análisis y debate entre los parlamentarios que termina en una votación. Los plebiscitos hacen imposible ese proceso. Hay pocas cosas menos democráticas que andar plebiscitando todo. Hitler fue un maestro en la disciplina y se hizo del poder total en Alemania después de su plebiscito de 1934.
El Brexit es un claro ejemplo. Las razones eran múltiples para aprobarlo, muchas tenían más que ver con renegociar determinadas materias que con renunciar a Europa. El plebiscito fue una muy mala idea, porque puso un problema complejo y lleno de matices en blanco y negro. Un tema que debió quedar reservado a la diplomacia se entregó al electorado obligándolo a definirse entre Sí y No cuando la respuesta obvia era Ni.
Afortunadamente, al cierre de esta columna, España estaba siendo salvada por la combinación virtuosa de la fortaleza del rey, un millón de personas en la calle y el claro mensaje de las empresas a una dirigencia catalana irresponsable. Es hora de que los inmaduros dirigentes catalanes recapaciten porque les puede pasar que toda España vote por quién comerse al almuerzo y solo quedará la Constitución española para proteger a Cataluña.